Viernes 14 marzo 08
Como a solas, para variar, en el restaurante La Taverna del hotel La Fenice.
¡Atiza! Me sirven la mismísima agua mineral naturale que en La Habana. Acqua Panna oligominerale. ¡Esto es cosa de Fidel! Pido dos primeros platos. Zuppa di cipolla, que es suave como la noche y… ¡no lleva costra de queso! Luego unos pequeños gnochis… Suena música cubana… “si me quisieras lo mismo que veinte años atrás…” ¿Alguien quiere y es querido durante veinte larguísimos años? ¡Que levante el dedo! Un pavo corta un jamón ibérico, antes llamado serrano. ¡En Venezia!
A las tres de la tarde fui el hombre que corría hacia el vaporetto con la servilleta prendida del jersey de cuello vuelto. Era azul, como el fascio y como la puta noche negra.
Me he cruzado con centenares de personas. Una sola ví que estuviera tan sola como yo. Era una chica pegada a unas gafitas. Ni me miró. La soledad es misógina o andrógina o lo que sea. Es difícil. Tanto o más que yo. El absurdo desencuentro, a una hora absurda, me dejó absurdo y agraz sabor de boca.
Gusto de regresar donde ya estuve. No así en el sexo. Cansa la reincidencia y gusta conocer chicas nuevas. Pero… requiere tantísimo esfuerzo… Me refiero al conocimiento, no a la parte física del amor físico.
Sábado 15 marzo 08
En la galería Zora da Venezia atiende Ambra una preciosa mujer de una rara ambarina belleza. Y encima me procura buen descuento al pagar dos mínimos camafeos, que no necesito para nada. La hubiera o hubiese comprado el león de San Marco si la criatura se lo propone.
Sorbo despacito una gran taza de té verde con bergamota en Le Café, sala de té y pasticceria que está en el 2797 de San Marco. Es también galería de pintura de las que Venezia rebosa. Me entra el spleen. Tedium vitae.
Domingo 16 marzo 08
He soñado que eran tres hermanas. La mayor blanca como Liv Tyler. La mediana tenía los ojos de la Scarlett Johansson. Las dos y yo nos amábamos, pero por exigencias del guión me casaron con la tercera que era bajita y cabezona como aquella avilesica cabezona y bajita. La noche de bodas dormimos los cuatro juntos, en familia.
De la Academia leo:
- Nos vemos ahora o paso más tarde y hablamos un poco de tu libro último!!!!
Contesto:
- Sí.
Espero. Soy el hombre que espera. Ahora aguardo al borde del Gran Canal. Llueve, hace frío y toso. Ciudad absurda. Húmeda y vieja como las putas viejas. Aquí sólo puede encontrarse bien un jodido ranchero de Texas.
Lunes 17 marzo 08
Las chicas de la era moderna dicen NO. Casi siempre. Casi siempre están en camino. Luego llegan y se van. La culpa es mía por no aposentarme en Mestre.
¿Cuándo es ahora? ¿Cuándo es luego? Son muy suyas las personas que lo son. Pertenecen al sector crítico, en general, y mío en particular. Me corrigen a mí, que soy mayor. El doble de mayor que ellas. Dicen Ga.u.gín (como se escribe) y hablan mucho de Miró, cuya obra nunca me gustó. Escribo:
- Mañana te mando un mensaje.
Incierto se presenta el futuro. Y yo en el Véneto.
Huele a Aznavour. El vino blanco olía a putre. En la mierda de restaurante cuya puerta nunca debí franquear. ¡Qué asco!
Martes 18 marzo 08
¡Buona Pascua! Me cisco en le feste di pascua.
Il Gazzettino: última chiamata per EME: il rischio secessione esiste ancora.
Friuli – Venezia – Giulia: secessione frente a federalismo. La Liga Norte encartela la gota roja que es Venezia: “Roma ladrona”.
En Venezia hace un frío húmedo que se mea el lorito. En los exteriores y en los interiores.
Las toilettes de los restaurantes tienen puertas que se deslizan hacia la izquierda y el agua de sus lavabos sale a pedal. Si no conoces los trucos, te puedes hacer pis encima. Lo bueno de pasar dos semanas en Venezia es que ya no tienes que volver más nunca.
Los indígenas de aquí tienen las rodillas como polvo de talco. Son las putas escalinatas de los puentecitos que atraviesan los canales. ¡Qué sufrición!
La vez anterior no había perros. Ahora sí, sobre todo teckelinos de pelo corto de claro color marrón. Me acusan de ser exquisito y asocial. Será… seré… me cuesta muchas fatigas aguantar gilipollerías.
En la mesa de al lado dos norteamericanos hablan por sus móviles. El gordo es un cerdo de ciento veinte kilos. Ella es una cerdita que habla como el pato Donald. Aún tiene su polvo.
El vino Rubrato contiene sulfitos. Yo me contengo a mí mismo y me perjudico seriamente. La salud mía.
En la vitrina escaparate del restaurante La Faluca, en la calle de la Mandola vive un rodaballo. El ojo que me mira tiene catarata. Muerto no está, pues me saluda cada vez que paso, que son varias al día. No me gustaría morir con él en Venezia. El bicho parece un po particolare. Como yo ¡Magari!
Mi error es un viaje. El viaje. La semana santa es un horrible malentendido. Entre ella y yo. La iglesia y yo.
Escribo en un café&wine bar llamado Teamo. San Marco 3795. Mujeres guapas y una nube de maricones. Alguna chica con pelo a lo garçon da la mano a otra chica con pelo a lo garçon.
Una moza, con melena ella, me recuerda a Laetitia Casta… en bajito eso si.
Hablando de comer, esto es lo que hoy he jamado. Dos manzanas, dos lácteos con fruta y cereales. Dos tés, uno verde y otro no. Ensalada. Tomates pequeñitos. Espaghettis con tomate. Un té. Dos vodkas. Nada.
Escriben de Mestre:
- Azienda agrícola. Villa Crespia. Villa Chiòpris. Fattoria Colsanto.
En el restaurante en que ceno pido un cuchillo para sacar punta al lápiz que me regalaron en Mondadori www.libreriamondadorivenezia.it
Ya sé qué cosa es el arte en Venezia. Es morirte de frío.
Miércoles Santo
¡Y tanto! En realidad me siento como en Miércoles de Ceniza. No se si tengo un catarro común, o la gripe aviar, pero estoy hecho fosfatina. La ventana de mi cuartito de baño da a un costado del teatro de La Fenice. Por ella se cuelan dos clases de gorgoritos. Los que emiten los artistas que calientan sus voces con escalas y esas cosas y los arrullos de unas palomas que viven en el alfeizar y que allí han depositado una ostra marina.
En Venezia el personal vive como si tal. Como si no hiciera tantísimo frío cabrón y húmedo. Noventa y mucho por ciento de humedad relativa del aire.
En Venezia no hay Actimel, ni sacapuntas, ni papelerías.
Al ponerse el sol la ciudad se muere. De buena mañana empiezan a llegar nubes de españoles que gritan y no me dejan perspectiva para ver lo que hay que ver, chicas incluidas.
Huele a podrido. Aquí, no en Dinamarca. El alcalde de Treviso dice que su éxito se basa en que aplica las enseñanzas del fascismo y del catolicismo.
Jueves Santo
En las escaleras del hotel una señora habla en francés por su telefonino:
- “Si, el hotel está bien. El baño muy limpio y además tiene bidet…”
Sospecho que las autoridades municipales han instalado artilugios acústicos en los escasos árboles venezianos. Emiten gorjeos y cantos de pajaritos, a fé mía, tropicales.
También huele a racismo. De los italianos del norte sobre los del sur y de todos ellos contra los inmigrantes pobres.
De la siesta me despierta el maullido de una gata en celo. Uno macho caga en el jardín del hotel.
En la tienda donde compro té una vieja indígena clama contra una chica de hermosos rasgos hispano-cubanos. Protesta porque los inmigrantes se atrevan a comprar en tiendas de exquisiteces. ¡Hija de la porca putana! Y de Mussolini. En el café Fiori un té cuesta nueve euros. En servicio de alpaca y con música en vivo, eso sí. Y te dan de leer mi periódico, que yo ¡ay! ya había comprado.
Viernes Santo
Sufro de metereopatía que no de meteorismo. Los cambios de tiempo me matan y la primavera me entierra. En la RaiTre un médico dice que me vista por capas, como una zipolla. ¡Es lo que hago desde niño y que si quieres arroz Catalina!
En toda Venezia no puedo comer nada que no lleve queso.
El mantenimiento del hotel lo lleva una familia con su nona y un perrito. Hoy la cosa va de habitaciones que se inundan, por arriba, no por la puta laguna podrida. El padre lleva gafas de diseño de los años cincuenta. Los trabajos duros corren a cargo de un oriental y una chica andina.
La humedad que llevo en el cuerpo no me la quito más nunca, ni en la meseta.
El té verde de cada día me toca hoy en el Bar Al Teatro, en el Campo S. Fantin 1916, vicino a La Fenice.
Los moluscos y crustáceos de esta laguna están muy contaminados de mierdas tóxicas. Venezia está edificada sobre la laguna marina, encima de traviesas de madera. Mejor es no pensar en el submundo oscuro sobre el que vive esta gente. Tocan a más ratas por habitante, que en parte alguna.
A las cinco de la tarde no se ve un carajo.
Domingo de Resurrección
Para almorzar algo que no lleve queso recurro al expediente de confesarme vegetariano. No dista tanto de ser verdad.
La chica que arregla mi camera me felicita la pascua y me da su mano, que yo estrecho agradecido y se la devuelvo. Soy el huésped que deja su habitación, día tras día, a hora “tempestuosa”. Anoche me invitó a cenar a su apartamento de Mestre una familia del proletariado del Véneto. La señora es cristaloterapeuta. Me enseñó con devoción sus pequeñas amatistas, ágatas, cuarzos, turmalinas y poco más. Se dice devota de Osho. ¡Como Alex Morlote! Tiene no se qué titulo en Reiki. Y es jefe de un grupo de vendedoras de Avon (llama a su puerta). Es una italiana rubia y bajita, de ojo claro. Se ha casado por poderes con un negro de Camagüey que aún no ha conseguido la carta blanca para salir de Cuba. Hace nueve meses que no le ve. Convivió con él en la isla nueve días. El hombre importado que aguarda que Raúl Castro le deje marchar se llama René. Cinthya, su esposa, por mandato, me pregunta si en España están mejor las cosas que en Italia. Sonrío y callo.
Odia a Prodi. Acusa a Castro de esclavizar a su pueblo. Le recuerdo que Mussolini causó mucha mayor mortandad y que Berlusconi no es Julio César.
Ha cocinado para mí unos penne de maíz y arroz muy ricos. Aparte los tropezones, que parecían del omnipresente branzio. La pasta estaba acompañada de unas raddichie al vapor, exquisitas. ¡Me comí yo solito toda la fuente! Amargas y al dente.
¡Il Cavagliere! ¡Qué grandísimo hortera!
Lunes de Pascua
Continúa el ejército gris de días grises. ¡Horrible clima! Proust se estremecía de tan solo pensar en Venezia. A mí me ocurre de pensar en que los dioses me obligaran a volver. ¡Es horrible! Si se vive sin luz, en un medio húmedo, frío y pestilente, las almas se embrutecen. Los venezianos odian a los turistas, a quienes explotan y detestan con razón. También con ella, los ciudadanos de la villa lacustre no comparten con nosotros sino el puto dinero que les endosamos.
Ni ayer ni hoy. Ni con dinero puedes comprar un periódico, porque los kioscos están chiusos.
La rehabilitación de los palazzos se hace para reconvertirlos en hoteles carísimos. Dado que aquí no hay alcantarillas, porque no hay tierra firma debajo de la mierda acuática y como quiera que un hotel tiene cien veces más retretes que un caserón particular, ¿adónde vierte tanta mierda?
Parece que levantarán, durante cinco semanas, la veda del mejillón tóxico.
No tengo fuerzas ni para enfermar del mal del viajero. Hoy he conseguido fotografiar a la paloma que me ha pegado la gripe aviar. La muy cabrona.
Trattoria “da Arturo” di Ernesto Ballarín. San Marco 3656. La mejor pasta de Venezia. El camarero tiene más pluma que un palomo cojo. Me pone ojitos de cordero degollado. ¡Que Santa Lucía le conserve el olfato, porque la vista la tiene perdida!
Voy a intentar comprar melatonina, yogurt y manzanas.
Martes 25 marzo 08
Resulta que el restaurante del signore Ernesto es el preferido de los nobles y de los actores. No siendo yo ni aristócrata ni de la farándula, estoy con ellos. Es el único que me gusta de Venezia. Tardío descubrimiento, pero útil al fin. Lleva abierto 35 años y se come natural, sin queso y senza pescados tóxicos.
Papardelle con raddichio. ¡Exquisitas! Alcachofitas y espárragos verdes. Tres sabores amargos, que son suaves al paladar y digestivos para el foie.
Primera vez en mi vida que deseo volver a la meseta esteparia y mesetaria.
Repito. Ceno en donde el Sr. Ernesto. Fotos con los hermanos Cohen. Con el Leonardo di Caprio. Con el bailarín Nureyev. Platos creados por él. Me dejo llevar. Fío demasiado en las mujeres. Por una vez, lo hago en un hombre y ello para cenar tan solo como en la edad moderna.
Las pequeñas alcachofas son de color violeta. Ya me gustaría pillarlas en Madrid.
Los hongos guisados con patata, cebolla y ajo son la pera limonera. En Venezia los locales no tienen espacio. Te sientan en cajas de vino y no puedes estirar la pata, que no hay tierra para enterrar a los muertos.
Ya comprendo. Los primeros días me sentí agredido por el saor, el aceto balsámico, el pescado radiactivo y la mozzarella laxante. Este signore me ha reintroducido en el mundo de los sabores humanos. No especies picantes, no peperonni, pero sí ajo, sí plantas aromáticas.
Semireconciliado, me vuelvo a Madrid mañana.
Entra una señora que huele a violeta y a mala milk. Un niño se come un solomillo más grande que Del Piero.
ME COMPLACE LEER UNA ESPECIE DE DIARIO VENECIANO SIN LAS CURSILERÍAS DE COSTUMBRE. ¡BIEN POR LA LITERATURA EN PRIMERA PERSONA! ¿HA MUERTO MADAME BOVARY?
ResponderEliminarMe gusta. Sabe a soledad, aburrimiento y, sobre todo, a mala alimentación (salvo al final), aparte de a buen relatador.
ResponderEliminarEntiendo, por estos motivos, que no quiera volver más a Venecia, aunque a mí me parece preciosa, especialmente la plaza de San Marcos al atardecer.
Elena
Es la descripción de "Venezia" más real que he podido leer hasta ahora. Escrita en un estilo cada vez más depurado y en continua evolución.
ResponderEliminar¡Gracias por escribir!
DESPACITO Y BUENA LETRA.ASÍ SE CINCELA UN DIARIO PERSONALÍSIMO Y LACANIANO.¡BRAVÍSIMO!
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