viernes, 25 de febrero de 2011

Hugo Chávez, El Huerfanito VII


( capítulo séptimo y final )

A los dos o tres días ceno con Hugo Chávez en el Country Club. Sin probar ni un pasapalo Hugo me pregunta por ella.

- No sé. Ni siquiera sé si existió.

El Jefe me mira:

- ¡No seas gafo! Está vivita y coliando.

Chávez me ve alicaído:

- ¡Estás agüeboneado! No hace tanto como que la ví en un bonche en una casa de festejos.

Callo.

- ¿Sigues engüayabao?

Callo y callo.

- ¿Te provoca que la mande a traer acá p’acá?

Niego.

- Hablar no hablé. Ella me miró a los ojos, pero no me dijo nada. ¿Ordeno que la busquen?, insiste Chávez.

- Mejor que no, contesté de una vez. Prefiero no hablar de ella. No la espero más. Tengo que pensar que si no volvió es porque no volverá. Y que no debo olvidar que la olvidé. Ella me evita hasta en sueños.

Estoy bravo. Contraataco:


- ¿Cómo fue tu plan para industrializar Venezuela?

- Al carajo se fue. Al igual que las reservas que teníamos en el exterior. Todo empezó cuando la coño’emadre de la Exxon Mobil embargó el platal que Pedevesa tenía fuera del país. Luego me enteran que varios ministros de mi gobierno se han quedado con otro mordisco de nuestras reservas y ahora lo de los chinos y su motorcico. ¡De pinga!

Cumplida mi venganza, enfrío el ambiente y le digo a Hugo Rafael que el consomé de lagarto está chévere. Advierto que se me ha ido la mano con el estoque, pues el que se agüebonea ahora es él.

- Lo que me tiene más arrecho es que ni siquiera puedo consolarme echándole bromas al gobierno de los gringos, que está pior que nosotros. La última emisión de bonos del tesoro USA ha servido para empapelar waterclosed en la Casa Blanca. ¡Cuánto echo en falta a Fidel!

Silencio. El comedor del Country está más bello que nunca. Intento que mi tronco Chávez se venga arriba y le propongo que rematemos la noche tomando unos tragos en El Hatillo.

- No puedo. Mañana tengo que levantarme para disimular. Las cosas no han salido como yo pensaba. ¿Y si te nombro ministro de recursos naturales?

Casi me enternece el hombre. Rehusé como mejor supe, nos fuimos y no hubo más nada.


( foto Wendy Bevan )

viernes, 18 de febrero de 2011

Hugo Chávez, El Huerfanito VI



( capítulo sexto )

Así que noté a Chávez tan modosito la otra noche. Si la facturación de la compañía petrolera pública venezolana significa la mitad del producto interno bruto del país, pues eso significa, en cristiano, que la cosa está jodida.

El comandante me mira como yo debía mirar a mi loquero de la clínica de Madrid.

- Convendría más, doctor Torres, que platique usted de todo esto directamente con nuestro Jefe.

Levanto la sobremesa y digo a mi hermético señorito de compañía que haga el favor de llevarme al hotel, pues deseo echar un pegadillo.

En el Tamanaco reparo en que las toallas y sábanas tienen agujeros, que el papel del retrete se parece al de estraza, que los grifos del baño tienen roña y la moqueta más mugre que la cama de un ciego.

Me despierta el teléfono.

- Doctor Torres, le paso una llamada de palacio.

Un acento dulce me ruega que acepte la invitación del Jefe para desayunar el día de mañana. A las 6:45 a.m. en punto. Para ello debo estar en el lobby del hotel a las 6:15, también a.m.

Me contenta haber dormido la siesta, pues esta noche no me puedo acostar si debo cumplir con el horario propuesto y aceptado.

Paso la noche bebiendo agua mineral en el Pom-pón Club, donde fui recibido, como socio de honor, con una acriollada interpretación de la musiquilla de Casablanca.

- ¿Puedo hablarle francamente? pregunto al comandante. Sin esperar su contestación inquiero sobre el resultado de los planes estatales para industrializar el país y hacerlo menos dependiente del petróleo.

A las 6:45 a.m. estábamos Chávez y yo desayunando él y cenando yo. Pegaditos a un estanque andaluz repletico de nenúfares y agapantos.

- ¡Eres un gran carajo! Ya veo que te dedicas a joder a preguntas al asistente que te puse. Te cuento yo mismito de qué va la vaina del petróleo.

Otorgo y callo. Aliento a Hugo Rafael al estilo vernáculo:

- ¡Epa, compadre!, ¡échale bolas, pués!

Me cuenta que las cosas han cambiado. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos. La güarandinga de los precios del crudo petrolero se debe a que los chinos han inventado, están fabricando y van a distribuir de a poco, un motor que funciona con agua del grifo. Vivíamos mejor cuando el imperialismo decía que quería exportar la democracia y lo que hacía era importar petróleo.

No sé cómo consolar a un hombre hundido. Si le digo que no hace falta ser pobre para ser puta, igual va y me mira feo. Intento animarle con un toque ecológico:

- Jefe piensa que la naturaleza lo va a agradecer muy y mucho. Y que Venezuela tiene para dar y tomar con su Amazonas, su Orinoco y sus selvas vírgenes, sus muchas sabanas y que si p’aquí que si p’allá. Si el petróleo va a ser sustituido por el agua, aquí también hay mucha agua.

- Ya, pero tal como va la vaina, vamos a terminar comiendo mierda y no se si habrá para todos.


Agradezco a Hugo el rico pabellón criollo que nos hemos zampado, que tuve la prudencia de desengrasar con un plato de lechoza y un sorbete de guanábana y parchita.

Mi ilustre anfitrión me acompaña hasta el porche de la residencia. Me despido de él con un abrazo de viejos camaradas y con un proverbio chino, pero cuya autoría encasqueto a Buda para no meterle el dedo en el ojo:

- Si tu cabeza está en las nubes, mantén tus pies sobre la tierra. Si tus pies están el la tierra, mantén tu cabeza en las nubes.

Sobre las ocho y media de la mañana me devuelven a mi hotel y me duermo.

Con la atardecida me despierta una frasecita que llegó a mis oídos en la edad media de la edad antigua. La voz me taladra: “las mujeres son como los hombres, sirven para todo. No como ellos, que no sirven para nada”. Digo a la voz: ¡ojalá fuera yo viento y ella se desnudara el pecho y acogiera mi soplo!

En la barra del hotel el barman me invita a un trago por los viejos tiempos.

- A pepa de ojo, ¿cuánto vale el barril de la franja bituminosa del Orinoco?, pregunto.

El hombre que ha preparado mi palo de ron picando hielo con un martillo de alpaca en el cuenco de su mano, dice:

- Nada. Cero. Estamos comiendo cable, doctor. Nos meteremos el excremento del diablo por donde nos quepa. ¡Tremendo peo se formó!

miércoles, 9 de febrero de 2011

Hugo Chávez, El Huerfanito V


( capítulo quinto )

Caigo en brazos de Morfeo y empiezo con la soñadera. Dormía en un delta de bancos de arena y gritaba sin cesar: ¡qué sueño tan desgraciado, qué sueño tan desgraciado! Dormía con los ojos abiertos. Mi mente no dejaba en paz a mi cuerpo. ¿Qué puedes hacer?, decía: ¡Estás perdido! Mirar a ella es todo fuego. Si vuelves la cabeza, cuitas y más cuitas. ¿Qué vas a hacer? ¿Por qué no pasas las cosas de una luz a otra luz?

Despierto y compruebo que llevo el pijama puesto y que mi gato duerme y ronca. Me propongo aprovechar el día y el de mañana también. La simple cagada de una moscarda te puede llevar al otro barrio. En el entretanto salgo a la calle y disfruto del espectáculo.

Me provoca volver al museo de Arte Contemporáneo. Así se lo digo a mi compadre militar quien dispone lo necesario para la visita. En el trayecto encuentro a Caracas bastante desmejorada, la pobre.

Al cabo de una hora de ver arte contemporáneo, que no reconozco como coetáneo mío, le digo al comandante que tengo el antojo de darme un garbeo por el museo de Arte Colonial, en la Quinta Anauco. Luego propongo asomarnos al museo Arturo Michelena y rematar la faena en la Galería de Arte Nacional.

En verdad no recuerdo qué hacía yo en Venezuela en mi otra vida. Conforta comprobar que al hombre que me acompaña todo le parece correcto.

A la hora de almorzar como que me entran ganas de probar un poco de chupe de gallina y un sancochito de pescado. La comitiva me desplaza hacia el barrio de La Candelaria. Invito a sentarse a mi mesa al comandante, quien acepta después de juntar sus tacones reglamentariamente por decimocuarta vez en lo que va de día. ¡Jesús qué manía!

En el pluscafé indago:
- ¿Qué se oye decir en los cuartos de banderas?

El comandante me dice de carrerilla:

- El apoyo del ejército bolivariano al proyecto revolucionario es irrestricto. También compartimos la estrategia de nuestro Jefe de lentificar el calendario por el zaperoco del derrumbe del precio del barril de petróleo en los mercados de futuros.



viernes, 4 de febrero de 2011

Hugo Chavez, El Huerfanito IV

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( capítulo cuarto )

Chávez se olvida de que mañana madruga. Me cuenta el ex teniente coronel de paracaidistas las llamadas que recibió de Fidel Castro durante el golpe que le montaron militares y empresarios, el día 11 de abril del año 2002. Mientras Hugo estaba atrincherado en el Palacio de Miraflores, sitiado por las tropas que se alzaron en tan curiosa asonada, Fidel llamaba a su amigo insistiendole para que aguantase el tipo. “¡No te inmoles!”, “no dimitas, no renuncies”, me cuenta Chávez que le aconsejaba Fidel.

La cara de Chávez ha cambiado. Este hombre las pasó canutas hasta que el 14 de abril retomó el poder, gracias a que la división blindada y el regimiento de paracaidistas de Maracay amenazaron con arrasar a sangre y fuego Caracas si Chávez no era restituido. Ayudó y no poco, que el gobierno golpista eligiera como presidente a quien fungía como capo de la confederación de empresarios de allá, un tal Carmona. Empezó su gobierno títere aboliendo, por decreto, todas las instituciones más o menos democráticas.

Certifico que, al emperador Chávez, los recuerdos de su estancia en prisión en Fuerte Tiuna, sede de la comandancia general del ejército venezolano y el de su viajecito posterior en helicóptero a la isla de La Orchila, le conmueven profundamente. Cuarenta y ocho horas feas y amargas.




Yo, a lo mío. Por atún y a ver al duque, pregunto:

- ¿Cómo murió Fidel?

Chávez mudo.

-Decido meterle el dedo en la boca: ¿se despidió Fidel de ti?

Suelta cada palabra como si fueran cálculos renales:

- Ni de mí ni de nadie. Se desvaneció. No me consta su muerte. Fidel no la deseaba. Para mi hermano Fidel, morir era una derrota ante el imperialismo, inadmisible. Cuando escribió en el Gramma: “… tal vez se me escuche. Seré cuidadoso.” entendí clarito su mensaje. De ahí que ahorita ande yo con más ojo. La historia absolverá a Fidel.

De vuelta en el Tamanaco, me aticé un par de tragos de ron destilado en una hacienda de Ocumare del Tuy.