SIN PIJAMA Y SIN RECUERDOS.
RANURA DE LUZ.
El caudal gris de ciegas horas se rompe por una ranura de luz.
Desperté sin pijama y sin recuerdos.
Mi cuerpo estaba cubierto tan sólo por una bata de hospital, de esas que te dejan con el culo al aire. Mi memoria, vacía. Boca arriba, yerto de cuerpo y yermo de espíritu, respiré con la tripa. Tenía un ladrillo en el estómago y la lengua como lija del número tres.
El médico preguntó:
- ¿Cuál es su último recuerdo?
Contesto:
- No lo sé. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
Dice el médico que en mi historial no consta fecha de ingreso y que, cuando él empezó a trabajar en la clínica, hace un lustro, era fama que yo era el decano de los pacientes.
El galeno insiste:
-¿Qué es lo último que usted recuerda?
Se estaba poniendo pesado. Respondí:
- Una casita muy chiquitita con muchas flores en el jardín.
El hombre de la bata blanca humaniza su rostro y dice:
- En ella vivía usted, supongo. ¿Dónde estaba esa casa?
Contesto:
- Que no doctor, es la letra de una canción.
Este tío está casado con su opinión. Porfía:
- Usted tiene que recordar algo y es su deber ayudar a solucionar su caso.
Preferí no decirle al neurólogo que a mí me importaba un pito solucionar mi caso y decidí darle una pequeña alegría.
- Si, claro. Una mañana de sol y de frío fui con mi primo a la carpintería de Damián para encargar un tablero de madera para jugar al fútbol con los botones.
Bostezo. Pido al hombre de las preguntas que me deje dormir un rato. Cierro los ojos y me autodiagnostico. Claro que tengo recuerdos. Lo que pasa es que son deseos y no sé si se cumplieron o no. Da igual. No pienso averiguarlo.
El caudal gris de ciegas horas se rompe por una ranura de luz.
Desperté sin pijama y sin recuerdos.
Mi cuerpo estaba cubierto tan sólo por una bata de hospital, de esas que te dejan con el culo al aire. Mi memoria, vacía. Boca arriba, yerto de cuerpo y yermo de espíritu, respiré con la tripa. Tenía un ladrillo en el estómago y la lengua como lija del número tres.
El médico preguntó:
- ¿Cuál es su último recuerdo?
Contesto:
- No lo sé. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
Dice el médico que en mi historial no consta fecha de ingreso y que, cuando él empezó a trabajar en la clínica, hace un lustro, era fama que yo era el decano de los pacientes.
El galeno insiste:
-¿Qué es lo último que usted recuerda?
Se estaba poniendo pesado. Respondí:
- Una casita muy chiquitita con muchas flores en el jardín.
El hombre de la bata blanca humaniza su rostro y dice:
- En ella vivía usted, supongo. ¿Dónde estaba esa casa?
Contesto:
- Que no doctor, es la letra de una canción.
Este tío está casado con su opinión. Porfía:
- Usted tiene que recordar algo y es su deber ayudar a solucionar su caso.
Preferí no decirle al neurólogo que a mí me importaba un pito solucionar mi caso y decidí darle una pequeña alegría.
- Si, claro. Una mañana de sol y de frío fui con mi primo a la carpintería de Damián para encargar un tablero de madera para jugar al fútbol con los botones.
Bostezo. Pido al hombre de las preguntas que me deje dormir un rato. Cierro los ojos y me autodiagnostico. Claro que tengo recuerdos. Lo que pasa es que son deseos y no sé si se cumplieron o no. Da igual. No pienso averiguarlo.
Me acuerdo de ella. ¡Dios! Tacones, manos, medias. Su falda, sus zapatos, su blusa, su melena, su cuello con sus rizos. Me acuerdo de ella con el corazón, no con la memoria.
También recuerdo que bajaba andando con mi padre al estadio Metropolitano y que mi equipo ganaba siempre la liga. Y que los malos bajaron a segunda.
He sido varias personas, yo. Una de ellas ha dedicado su vida al cine. Pero prefiero no contárselo al plasta del neuropsiquiatra.
Comencé como actor. Los papeles de Marcello Mastroianni y los de Alain Delon los interpretaba yo en la piel de ellos. Luego me hice director. Las películas de Chabrol y las de Rohmer, mías son. Ahora estoy haciendo los guiones de un tal Rafael Azcona, otro heterónimo mío. La frase de Truffaut que define el cine como el arte de hacer hacer bonitas cosas a chicas guapas, la pronuncié yo en una ceremonia de clausura del festival de Cannes. Acudí como Vitorio Gassman.
Abro los ojos y siento baja mi temperatura moral. Debe ser por haber dormido no se cuantísimo tiempo. Soy un hombre antiguo, sin entresijos. Tan sólo con dos cauces subte-rráneos, uno turbio y otro limpio. El arroyo primitivo es claro, hondo y silente. El manantial de la era moderna, ancho, oscuro, horrisonante.
No consigo recordar si llegué a vivir con ella.
Los médicos me dicen que debo permanecer en la clínica unos tres mesecitos de ñapa. Mis días corren unos con otros en la sala de rehabilitación aprendiendo a caminar y estirando los músculos.
Observo a las enfermeras y a las mujeres de la limpieza. No son como las mujeres antiguas. Tienen más tetas, culo y caderas. Son más altas y todo el tiempo dicen que se estresan por un quítame allá esas pajas.
Las mujeres antiguas eran morenas y con pelos en las piernas. Si se ponían nerviosas tomaban unas gotitas de agua de azahar que vendían en las farmacias en unas botellitas azul oscuro.
Noto que, con las antiguas, las modernas comparten la costumbre de no tener palabra y de llegar tarde a todos los sitios. Observo que las nuevas no se disculpan. Si dicen “lo siento”, luego añaden “y no me llames más”. Otra condición común a las mujeres de las épocas que me ha tocado vivir es que son clitoridianas. ¡El botón sagrado!
BANDERILLAS DE FUEGO
Nueva sesión con el psiconeurólogo. ¡Dale, machaca!
- ¿Cómo van sus recuerdos? me pregunta el hombre feo y duro de mollera.
- Muy bien ¿y usted? Un día un chino se meó en mi alfombra.
He tomado manía a este sujeto. No lo aguanto. Está convencido de que la mierda es mejor que la nada. Pido que me suba la dosis de orfidal, pues ahora resulta que no consigo dormir. Rechaza mi petición alegando que se acostumbra uno. El muy zote no comprende que mi insomnio actual algo tendrá que ver con la circunstancia de que he dormido, noche y día, no sé cuantos años. Y que las vacas flacas de la vigilia suelen suceder a las vacas gordas del sueño.
- Por cierto doctor, quería preguntarle si, a su conocimiento, existen otros casos como el mío.
Carraspea un poco. Aclara la voz y me dice que él no ha tratado a ningún paciente de mis características. Pero que, sin embargo, en los manuales de su profesión hay descritos algunos casos.
Dejo para otro día la cuestión de la denominación, diagnóstico y tratamiento de mi enfermedad, pues, de momento, manejo la idea de que contraje la enfermedad del sueño porque me picó una mosca tsé-tsé cuando hice el servicio militar en Malabo.
Me intriga la cuestión de quién sufraga tan larga hospitalización. También la de si tengo familia y domicilio. Trabajo supongo que tendría, pero ya no, seguro que ahora no lo tengo. Como no tengo papeles tampoco sé cuándo es mi cumpleaños ni cuántas velitas me pondré en la tarta.
Una enfermera muy bruta, que es de Almendralejo ella y está muy rica, contesta a mi pregunta sobre mi edad después de abrirme la boca como a los burros. Dice que me calcula como unos cincuenta tacos.
Como quiera que albergo alguna esperancilla de que el día menos pensado y sin tomar agua bendita reanude con ella, antes de que se me olvide del todo, la saludable práctica del acoplamiento, opté por no hacerle ver que si me habían alimentado por sonda unas ocho o diez mil veces, eso que se habían ahorrado de masticar los piños de mi boca. Amén de que mi madre tenía una dentadura perfecta y hoy en día resulta que los genes determinan todo, incluyendo la funesta manía de pensar.
Al cabo de los tres meses, ya en buena forma física, el psiquiatra dice que debo prepararme para seguir una temporada más en la clínica.
Congenié con la prójima de Almendralejo. El sexo es precioso, incluso sin amor. ¿O mejor sin amor? Cuando hay sentimientos, el sexo no dura mucho. El argumento que la subió por fin a mi cama fue suspirar en su oído “nena, un polvo se le echa a un pobre”. Tuve agujetas en el abdomen el resto del tiempo de propina que me tiré en aquella clínica. La falta de uso.
Terapia conversacional… decía el gilipollas. Le pregunté si había leído “El cuarteto de Alejandría”... Responde:
- Es usted el paciente mimado… ¿Ha intentado suicidarse alguna vez?
Estoy siendo prudente, pero no doblo la cerviz. Callo. No me empujen, que me vuelvo a dormir, coños.
Lo que vemos no es todo lo que hay… Si duermes ocho o diez años seguidos, lo sabes. Tienes mucho tiempo para no hacer nada… y piensas… o te parece que lo haces… o lo sientes así… a ojos cerrados. En mi primera vida había una ranura de luz. Me parece.
Más de la mitad de los adultos tiene algún tipo de insomnio… Yo antes dormía siempre… Ahora, casi nunca…
- ¿Podemos contratar a un vidente?, pregunto al psicobiólogo. ¿Usted cree en la percepción extrasensorial?, añado, pues me acaba de entrar un ataque de analepsis y he recordado que fui discípulo del Gran Vidente Maharishi Mahesh Yogi, en su Centro para la Excelencia de la Educación en Bophal, India.
En realidad mi único problema es que no tengo ganas de discutir. Me da galbana. Ayer soñé que soñaba que volvía a caer en el limbo de los justos.
El loquero y yo intercambiamos unas banderillas:
- ¿No sería a consecuencia de un traumatismo craneal?, pregunto.
- No. No hay rastro, sólo petequias por todo el cuerpo, responde.
- Aún no puedo hablar de eso… ¿No tendré parásitos en el corazón o en el cerebro?, digo. Y añado ¿estado de fuga, quizás?
- ¿Con quién estoy hablando?, me dice.
- Eso quisiera saber yo. No me importaría ser un intelectual, sobre todo ahora que estoy solo, contesto. Y conste que sigo sin conocer la relación entre mi cerebro, mi mente y mi cuerpo. Por no hablar de mi espíritu que está perdidito.
Las reglas del juego han cambiado. Y no conozco el nuevo reglamento. Es mejor retirarse con gloria. Mi caso está basado en hechos reales. Si lo sabré yo…
- Tengo los tobillos helados y la nuca rígida y manchas de carmín en la memoria, le digo al psicólogo, o lo que sea, argentino. No puedo confiar en mi propia memoria.
Cambia de tercio el cristiano que sorbe mate sin parar:
- ¿A usted le gustan las mujeres?
Respondo:
- A rabiar. Ellas siempre me decían: “esta tarde te veré”. ¿Cuál es la tarde de las mujeres? ¿Vd. lo sabe?
Vuelve a la carga:
- ¿Encuentra usted alguna relación entre ellas en general o alguna de ellas en particular y su enfermedad?
Callo. No pienso darle ninguna lección, que para eso cobra él. Pero tengo manchas de rouge en la memoria. Para mis adentros me digo que seguro que sí. Que están relacionadas la enfermedad mía y ellas. En realidad han sido la causa remota y la próxima de todos mis descensos a los infiernos. ¿Por qué no iban a determinar que me durmiera sin fin, sin fin, sin fin? Me propongo que en la era moderna no sea así. Cuando estoy jodido pienso que la mujer que yo amaba no ha existido jamás. Y todo por buscar esa clase de felicidad desmesurada.
Por el pasillo pasa una tía maciza, con unas piernas que le nacen de los sobacos y un culo a lo Emmanuelle Béart. Me vuelvo a mirar y meto la pata izquierda en un puto cubo de fregar. Rotura parcial del ligamento lateral externo de algo. Las mujeres excesivas deberían estar prohibidas. Violan mi derecho al equilibrio. Prefiero amodorrarme en mi zorrera.
Me pregunta el rioplatense:
- ¿Tiene usted medios económicos para vivir fuera de aquí?
Contesto:
- El dinero no importa. Sigo sin saber quién concho paga todo esto. Me gustaría probar con la hipnosis.
Es posible que haya sido yo un pez gordo de la mafia y corra con la cuenta la Cosa Nostra.
El capellán de la clínica encarga al jardinero que me pregunte si quiero recibir algún sacramento. Debo ser respetuoso con la jerarquía. Contesto que no me importaría hablar con un prelado consistorial o con una mujer cura, si es que ya está admitido por Roma el sacerdocio femenino, que no lo sé. Asegura que hará lo posible para que así sea.
La mujer antigua perdía su vida en el hogar, aguantando un marido gruñón y criando a unos hijos que volaban pronto. La mujer nueva la pierde en trabajos frustrantes y cuando ejerce el poder lo hace al estilo hombruno. Fuma, habla por el móvil y bebe alcohol. Ya veremos… No sé, no sé… Y yo aquí, huérfano de recuerdos y rehén de presentimientos.
A fin de cuentas lo importante es tener algo que comer y algo que beber y alguien que te quiera.
EL HOMBRE QUE ESPERA
Aprendo a usar un telefonillo portátil. Si llamo a una mujer de las nuevas siempre se acaba su batería a poco de empezar a hablar.
Las chicas dicen:
- Te llamo luego, cuando llegue a casa.
Deben dormirse en el parque porque el móvil no suena luego. ¿Cuándo es luego?
Una hora. Pasa una hora de la prevista para cenar.
- Ahora no puedo hablar. Voy conduciendo, no tengo manos libres ni cobertura y la batería se está acabando.
Pido un vino y apunto en mi cuadernito. Sumo. En los últimos tiempos, desde que desperté, he invertido en esperar el advenimiento de ellas quinientas veinticinco horas con cuarenta minutos. Toda una vida.
- ¿Quedamos ya para mañana?
- Mejor te llamo luego. Cuando llegue a casa.
Nada.
Al día siguiente manda un mensajito de letras:
- Lo siento. Estaba cansada y me dormí viendo la tele.
Natural.
- Quedaste en llamarme.
- No pude. A mi prima le dio un cólico nefrítico. La llevé a urgencias en Alcalá.
- Voy en un taxi. La calle está cortada y hay un tapón enorme. No me esperes. Te llamo luego.
He pasado de ser el hombre que duerme, a ser el hombre que espera.
- No me esperes que tengo que sacar al perro.
- Ya. Claro. Lo que pasa es que ya he esperado una horita. ¿Me la devuelves? insinúo.
- Ahora no puedo. Te llamo luego. No tengo saldo. Me dice.
- ¿Por qué no me llamaste ayer?
- Quedaste en llamar tú, contesto.
- ¿Y eso que tiene que ver?, me dice.
- No quería agobiarte, susurro.
- Corazón, contigo nunca se sabe. ¡Eres más rarito!, termina.
- A ti te pasa algo… ¿Tienes novia?
- Ya sabes que no.
- Hay algo que no te gusta de mí.
- No es eso. Me gusta todo de ti, menos tú cuando tienes la regla.
- ¡Anoche me colgaste!, me dice ella.
- No quería discutir. Nos hubiéramos dicho cosas irreparables, le digo yo.
- Pues dímelas ahora, añade.
- Cuando me veas triste y malhumorado, todo lo que tienes que hacer es quitarte la ropa. Tu desnudez me hace invulnerable, contesto.
Aburrido y solitario repaso los mensajes escritos de hoy:
- Sí, pero más tarde. No tengo batería…
- ¿Ya se te pasó el cabreo?
- Anoche te encontré muy raro. Espero equivocarme.
- ¡Hola! Ayer me lié y después me fui a la camita. Besitos muchos.
- Hazme una perdida, que estoy en el trabajo.
- Salí del fisio y te hice una perdida. Cené y me dormí.
- Toc… toc… ¿Me llamas luego?
- En ké stás pensando en ste instante?
- Gracias por todo. Igualmente.
- Kuando kieras.
- Hola! Ya te has olvidado de mí…? Besos.
- ¿Duermes?
- ¿Te veo mañana?
- Pienso en ti y…
- ¡He soñado contigo!
- Mañana te veré.
Pero nunca llega ese mañana.
- ¿A qué hora vendrás?
- A la que tú quieras, contesta.
- Quiero ahora.
EN LA PUTA CALLE
Salí a la calle como las putas de los edificios de apartamentos por horas, con el neceser en la mano y llamando a un taxi a grito pelao.
En el neceser no iba lo preciso para atender mi compostura y aseo, sino un convoluto lleno de unos billetes de quinientos nosequé cada uno. Una fortuna, me dijo el director del manicomio al despedirse de mí con un guiño. Yo lo hice con una pregunta:
- ¿Quién tiene mi ropa interior?
¡Qué calle más rara! Sin aceras con arbolitos en sus alcorques para que meen los perritos, ni edificios medianeros unos de otros para conformar cuadras regulares.
¡Qué ciudad más rara! No me suena de nada. Ganas me dan de volverme a la cama.
Un taxi se digna parar. Le digo a su conductor que me lleve a la avenida del Libertador esquina a Los Jabillos, edificio Junín en la urbanización La Florida.
Vuelve a mí su cara de piña y pregunta:
- ¿En la carretera de la Coruña, no?
Se me funden los plomos. Acabo de dar al taxista las señas de mi domicilio en Caracas. Uso el método de prueba y error y le digo:
- Perdone. Mejor me lleva usted al centro.
El hombre, mal aseado, menea la cabeza y se encoje de hombros. Y empezamos un viaje por lo desconocido hacia ninguna parte.
Nada me resulta familiar. Intento localizar el lugar de la acción recurriendo a mi acervo cinematográfico. Nada. Esto no es Nueva York, ni San Francisco, ni Caracas, ni La Habana. Debo de haber vivido en más lugares de los que memoria tengo. Intento sonsacar al hombre acerbo:
- ¿Por dónde queda un parque muy grande con árboles muy altos y una casa de fieras encerradas en jaulas con barrotes de hierro?
El taxista frena y me pide que me baje, cosa que hago pagándole con unos billetes que no sé qué son. Me devuelve monedas que no son centavos de dólar, ni lochas de bolívar, ni centavos de pesos cubanos.
Me encuentro otra vez ejerciendo de puta con el neceser en una mano y en la otra una bandeja de alpaca regalada por el personal sanitario del centro médico “en agradecimiento al paciente más constante”.
Puta polución atmosférica. ¡Qué gorrinería! Me pica la garganta. Me apetece tomar un té, comprar un libro y pasar a un baño que no huela ni a desinfectante de clínica ni a pis. Buscaré un drugstore y a Juan Ramón. A Brendan Behan no lo encuentro nunca. Escribir y olvidar. Alcohólico con problemas de escritura. Así era. Escribir y olvidar. La máxima felicidad.
De frente viene un grupo de chicas del altiplano andino. Pienso si estaré en Cuzco, aunque no olvido que Los Andes empiezan en Venezuela y terminan en la Patagonia. Me propongo no lloriquear no vaya a ser que piensen que soy italiano.
Llegan a mi altura, saludo y pregunto dónde puedo desayunar.
Me responden maliciosamente que por ese barrio no suelen dar de desayunar a las cuatro de la tarde y que si quiero merendar, no lejos, todo derechito, queda un centro comercial.
En él, compro un diario que no reconozco en cuya cabecera figura “edición Madrid”.
Me sorprende la facilidad con que llegan ahora los periódicos europeos. La gente viste mejor que antes de mi dormidera.
Busco otro taxi y ¡zácate! me viene a las mientes una dirección:
- ¿Sería usted tan amable de llevarme a Claudio Coello número 38?, entre Hermosilla y Goya.
Sigue el viaje por lo desconocido. Ahora creo que voy a alguna parte. Me apeo en la dirección que surgió de algún boquete negro de mi memoria. Es la casa donde nací.
Subo al piso tercero izquierda y en la puerta hay una placa que pone Notaría (entren sin llamar). Obedezco y entro.
Un tipo con halitosis me contesta si no estoy viendo que allí no vive ninguna familia. Desisto.
Dice el portero que la notaría fue instalada en los años ochenta. Ignora quién ocupó antes el tercero izquierda.
Salgo a la calle. Aguardo en la parada de taxis hasta que llega un vehículo que no está sucio como palo de gallinero Pido al taxista que me lleve al aeropuerto. Es hora de partir.
Los anuncios y otros cachivaches apenas si me dejan distinguir el conjunto de la ciudad en que nací. Creo.
ME LARGO
En el aeropuerto compro un pasaje para La Habana. En el mostrador de embarque una encantadora señorita me pide pasaporte y visado. Como quiera que no hago ademán de buscar en los bolsillos, la muy zorra hace una llamadita por teléfono y un guardia civil me conduce a la comisaría del aeropuerto.
Nadie cree que esté indocumentado. Temo perder el vuelo y pido ver al comisario jefe.
Diez minutos después entro en un despacho.
El hombre que mira por la ventana se vuelve, me observa con cara de poli bueno y exclama:
- ¡Coño don Manuel!
Ahora soy yo el que mira y me viene otra iluminación:
- ¡Coño Gumer! ¡Usted es Gumersindo Moraleda!
Nos damos un abrazo y no se me ocurre otra cosa que preguntarle si no está ya jubilado. Me contesta que ahora la edad de jubilación es a los setenta y cinco años, ordena que me hagan unas fotos y me da un pasaporte de apátrida en su categoría de platino plus.
El visado lo arregla con una carta suya al director general de inmigración de la República de Cuba.
No hay tiempo para decirle a Gumer que no he hecho nada, que he estado durmiendo, pero sí de prometerle que cuando vuelva por España nos tomaremos un cafelito y rememoraremos su pasado, que yo no lo tengo. Me acompaña a la puerta de embarque que queda donde Cristo dio las tres voces y un poco más allá.
Por ruego de mi amigo el comisario sabio y honesto me instalan en grand-class, cierro los ojos y concilio el sueño yo solito y sin orfidal. Antes de despegar.
HABANA FUGAZ
Me despierta una azafata. Sus ojos relucen más que el sol. Hemos llegado a La Habana.
Dos funcionarios de inmigración me ahorran los trámites de aduanas y demás vainas. Se ve que ha funcionado el fax de Gumer, y de qué manera, porque un coche de servicio oficial me deposita en el Hotel Nacional.
Me inquieta que ahora se llame Hotel Hilton Nacional, pero prefiero callar como un cartujo. Siguen los obsequiosos de- talles de bienvenida y soy alojado en la planta de huéspedes ilustres. En la misma habitación de siempre. La 804.
Enciendo la tele y mi corazón empieza a fibrilar. Está pronunciando un discurso el presidente de la República de Cuba, ciudadano Fulgencio Batista jr. Se le saltan las lágrimas cuando recuerda la figura de su egregio abuelo el sargento Batista.
De recepción me ruegan atienda a dos señores de la policía política. Así lo hago en el bar de la veranda del jardín. Empieza un interrogatorio sobre mi grado de amistad con el dictador comunista. Tienen mucho interés en recibir información sobre mi tercer encuentro con Fidel y otras menudencias.
Me dan a elegir entre presentarme mañana y tarde en sus oficinas para proseguir sus averiguaciones o llevarme inmediatamente de vuelta al aeropuerto, que ahora es privado y se llama General Batista y Cía. S.A. Ofrecen pagarme el pasaje para donde guste y no cobrarme las tasas habituales, amén de un pasaporte cubano.
La duda ofende y el hombre con agujeros en la memoria, pero con instinto de supervivencia, elige el plan B.
En el aeropuerto, a mi demanda, me entregan un billete de los caros para Caracas.
CARACAS D.F.
Duermo como un bendito y amanezco en Maiquetía.
Bajo del avión. Una banda militar ataca con brío el Gloria al Bravo Pueblo. Terminado que hubo la charanga se acerca un general con un montón de estrellas quien me comunica que el emperador Hugo Chávez me ha concedido la ciudadanía venezolana con derecho a pensión vitalicia. Y no contento con eso, va y me condecora e impone la medalla y banda de la Orden de mérito al Buen Revolucionario. Me dice que Su Serenidad el emperador Chávez estaría muy honrado en cenar conmigo esa misma noche. Precisó que sería una cena privada, sin discursos. ¡Qué gusto!
El comandante que dirige mi traslado hasta la suite presidencial del hotel Tamanaco me da buena espina y por eso decido jugar al despiste:
- ¿Cómo van las cosas por España?
Efectivamente, es un criollo vernáculo bien entrenado y me responde con laconismo alejado de la verborrea caribeña:
- ¿Se refiere usted a la Confederación de Estados Ibéricos y Vascongados?
No hay mejor información que la suministrada por un oficial de estado mayor que trabaje para la inteligencia militar. Aseveré que sí y que mi pregunta venía a cuento porque había estado unos años muy ocupado, sin apenas tiempo de recibir información sobre la vieja Europa.
Le conté que había dirigido el departamento de neurocirugía del Toronto Western Hospital en Ontario, Canadá. Me dediqué a implantar electrodos en el hipotálamo de pacientes voluntarios que andaban un poquillo flojos de memoria. Conseguimos subir el volumen de los circuitos de la memoria y que la gente recordara escenas olvidadas muchísimos años antes. Con los impulsos eléctricos de una veintena de electrodos se hacen virguerías en el cerebro. Omití que mi equipo lo que realmente buscaba en el hipotálamo era reducir el apetito, saciando la sensación de hambre.
El comandante se dio por enterado y me dijo que la Confederación de Estados Ibéricos y Vascongados, antes España y Portugal, estaba compuesta por dieciocho estados, con capital en Lisboa y que funcionaba correctamente. El Senado radicaba en Barcelona y el Congreso en Bilbao. Madrid había sido ascendida a la categoría de pedanía de Chinchón.
Agradecí su resumen y, por simple curiosidad, indagué sobre la cosa política en los Estados Ibéricos.
Sonríe un nanosegundo y cuenta que el Presidente de la Confederación es Don Felipe VI y que el partido en el gobierno, de tinte progresista, se llama Empresarios de la Construcción Unidos Jamás Serán Vencidos.
¡Señor, Señor, qué trajín! Ya en el vestíbulo del hotel correspondí al oficial haciéndole de una revelación clave:
- De buena tinta puedo asegurarle que el sol se está despertando. Un nuevo ciclo solar ha comenzado.
En mi cuarto medito. Hace horas no tenía ni un jodido papel. Ahora tengo tres pasaportes.
Descabezo un sueñecito reparador, hasta que empiezo a soñar con ella. ¡Válgame Dios! La voz hueca me machaca. La mujer que tú conocías, no ha existido jamás, vomita el sonsonete. ¡Qué sofocación!
HUGO RAFAEL CHÁVEZ FRÍAS
EL HUERFANITO
A las siete y media en punto me avisan de conserjería. En el lobby aguarda mi asistente militar.
En el trayecto hacia La Casona pregunto al comandante si me recomienda evitar algún tema de conversación.
- No. Ya usted sabe que Hugo Chávez se faja con el más guapo. Quizás sea conveniente, doctor, que no toque usted la vaina de mis Venezuela.
Tomo nota y me animo a formular la misma cuestión en positivo.
- ¿Asuntos que son del agrado del ciudadano emperador?
El oficial me indica que Chávez, al día de hoy, se interesa vivamente por la farmacopornografía como motor del mercado en la economía capitalista de este siglo.Búster Keaton y yo primos hermanos. Me quedo con gana de preguntarle a mi amabilísimo acompañante si sabe dónde se encuentra mi gato.
Recorro las preciosas galerías coloniales de la residencia oficial del número uno de la república venezolana. No aprecio cambio alguno respecto de la que frecuenté en tiempos de Carlos Andrés Pérez, Herrera Campíns y Rafael Caldera. Reveo con placer los óleos del maestro Armando Reverón. Envuelto en la niebla del pasado, no espabilo hasta que me estremece el abrazo de oso que me propina el compañero Chávez. Acabo de perder la única preocupación que sentía. Modo y manera de saludar a un emperador presidente de república bolivariana.
- ¡Cónchales! ¡Qué bien luces después de tanto tiempo! ¿Dónde fue que tú te metiste mi compay?
Si le digo a Hugo Chávez Frías que no tengo ni puñetera idea de dónde vengo ni a dónde voy igual le chafo la cena. Como es seguro que mi comandante le ha pasado una notica con mi descubrimiento, eso si, por error, de un método para recobrar la memoria, insisto en esa versión y le comento, en contra de la evidencia, que le veo más delgado que antes.
Chávez se interesa por mis experimentos en Ontario pues se reconoce, modestamente, como hombre que, además de hablar bien y saber escribir a máquina, protege a las ciencias en general, y a la neurocirugía en particular. Se ilusiona con la idea de llevarme un día de estos a la clínica La Floresta para que vea los ensayos clínicos que unos médicos cubanos, de los muchos que quedaron por estos pagos, huérfanos de Fidel, están haciendo con guerrilleros colombianos de las FARC; la idea es mejorar su carácter para que no se tomen las cosas tan a pecho. A base de implantar microchips en sus cerebros.
Digo a Hugo que tengo un amigo psiquiatra dedicado a la patología dual y que está contento con los resultados clínicos que obtiene con los deportistas de élite a base del zolpidén. Omití decirle que el zolpidén, según la dosis y la sustancia que acompañe su ingesta, produce al día siguiente una amnesia de padre y muy señor mío.
Nos acomodan para cenar en un precioso porche lleno de orquídeas de mil clases. La mesa está bien vestida con cubertería de plata vermeille. De guante blanco y calzón corto, nos sirven una cremita helada de espuma de auyama. Chávez, bendice la mesa así: “vamos a pedirle a Dios por la Patria Nueva”. Inefable.
Repuesto de la sorpresa, me hago cruces. Reconozco y degusto un sabroso lebranche cachicameado, seguido de unas virutas de muchacho al limón verde sobre un lecho de papitas nuevas, chayotas, cebollitas colorás y su poquito de yuca andina. De postre, la mejor torta de jojoto que nunca comí, que en el paladar me da que lleva su miajita de batata morá. Como vino, después de probar un delicioso sauterne, dimos cuenta de un chablis pouilly fussé en su punto, que antecedió a un viejo Vega-Sicilia que ya lo quisiera yo para los días de fiesta mayor.
Encontré a Chávez gracioso como siempre y más calmo que nunca. Apenas si cargó contra Estados Unidos mientras elogiaba continuamente a Don Felipe VI y a la astucia que ha demostrado poniéndose al frente de la tercera república española. Incluso me llegó a confesar que de ahí le vino la idea de que el parlamento venezolano le proclamara emperador.
- ¡Coño Hugo! ¿por qué no te quedaste en rey?
En una pura risotada, Chávez me dice:
- Te hago el cuento corto. Efectivamente mi primera idea era limitarme a ser rey. Sin embargo, me acordé de lo que me pasó con el papá de Don Felipe en la cumbre de Chile, cuando me mandó callar. Con el corazón en la mano, te digo que a mí no me importó tanto el bufido de Juan Carlos, como que no lo acompañara de un guiño entre amigos, para que los otros colegas se dieran cuenta de que él y yo éramos panas. Antes de entrar a la sala de reuniones había bromeado con Juan Carlos poniéndome a la orden de mi majestad. ¡A ver si ahora un rey se atreve a mandar callar a un emperador!
Había llegado la hora de desplegar mis encantos. A tal fin pregunto su opinión sobre la farmacopornografía.
- ¡Carajo Manolito! me contenta que saques ese tema a colación. ¿No te habrá soplado el dato el jalamecates del comandante que he puesto a tus órdenes?
Tranquilicé a Hugo mintiendo como un bellaco. No. Era ocurrencia mía.
- Está clarito. Es la base de un capitalismo que se mete en la gestión política de la vida privada. Es un capitalismo caliente, psicotrópico y chabacano. La depresión se convierte en prozac; la erección, en viagra; la masculinidad, en testosterona; la fertilidad, en píldora. La pornografía es hoy el gran motor impulsor de la economía informática. Existen más de un millón y medio de webs para adultos.
Bueno, reflexiono. La cibernética será el futuro, pero yo aún me masturbo a mano. Los Estados son hoy bases de datos que extravían como los borrachos noctívagos hacen con el contenido de sus bolsillos. El servicio de seguridad de la policía política de la República Democrática alemana tenía expedientes sobre sus ciudadanos que ocupaban ciento sesenta kilómetros de largo.
¡Alma de cántaro!, me digo. Lo bueno de los hombres poderosos es que te hacen pasar una agradable velada sin que uno tenga que decir esta boca es mía.
- Mañana me desayuno con el nuncio de la Santa Sede y el primado de Venezuela. Vienen a plantear, acompañados del embajador USA, la renovación, con una subida del ciento por cien en su capítulo económico, de los acuerdos con el Vaticano. He extendido la ayuda económica a las confesiones protestantes que me sugirió George W. Busch III. No pienso resistirme más allá de muy poco. No quiero volver a toparme con la iglesia. Para una vez que me resistí un poco al realero que me cuestan, casi me descabalgan del trono.
Chávez se olvida de que mañana madruga. Me cuenta el ex teniente coronel de paracaidistas las llamadas que recibió de Fidel Castro durante el golpe que le montaron militares y empresarios, el día 11 de abril del año 2002.
En la madrugada siguiente, mientras Hugo estaba atrincherado en el Palacio de Miraflores, sitiado por las tropas que se alzaron en tan curiosa asonada, Fidel llamaba insistiendo a su amigo para que aguantase el tipo. “¡No te inmoles!”, “no dimitas, no renuncies”, me cuenta Chávez que le aconsejaba Fidel.
La cara de Chávez ha cambiado. Este hombre las pasó canutas hasta que el 14 de abril retomó el poder, gracias a que la división blindada y el regimiento de paracaidistas de Maracay amenazaron con arrasar a sangre y fuego Caracas si Chávez no era restituido. Ayudó y no poco, que el gobierno golpista eligiera como presidente a quien fungía como capo de la confederación de empresarios de allá, un tal Carmona. Empezó su gobierno títere aboliendo, por decreto, todas las instituciones más o menos democráticas.
Certifico que al emperador Chávez el recuerdo de su estancia en prisión en Fuerte Tiuna, sede de la comandancia general del ejército venezolano y el de su viajecito posterior en helicóptero a la isla de La Orchila le conmueve profundamente. Cuarenta y ocho horas feas y amargas.
Por atún y a ver al duque:
- ¿Cómo murió Fidel?
Chávez mudo.
- ¿Se despidió de ti?
Suelta cada palabra como si fueran cálculos renales:
- Ni de mí ni de nadie. Se desvaneció. No me consta su muerte. No la deseaba. Para mi hermano Fidel morir era una derrota inadmisible ante el imperialismo. Cuando escribió: “… tal vez se me escuche. Seré cuidadoso.” entendí clarito su mensaje. De ahí que ahorita ande yo con más ojo. La historia absolverá a Fidel.
De vuelta en el Tamanaco, me aticé un par de tragos de ron destilado en una hacienda de Ocumare del Tuy.
Caigo en brazos de morfeo y empiezo con la soñadera. Dormía en un delta de bancos de arena y gritaba sin cesar: ¡qué sueño tan desgraciado, qué sueño tan desgraciado! Dormía con los ojos abiertos. Mi mente no dejaba en paz a mi cuerpo. ¿Qué puedes hacer?, decía: ¡Estás perdido! Mirar a ella es todo fuego. Si vuelves la cabeza, cuitas y más cuitas. ¿Qué vas a hacer? ¿Por qué no pasas las cosas de una luz a otra luz?
Despierto y compruebo que llevo el pijama puesto y que mi gato duerme y ronca. Me propongo aprovechar el día y el de mañana también. La simple cagada de una moscarda te puede llevar al otro barrio. En el entretanto salgo a la calle y disfruto del espectáculo.
Me provoca volver al museo de Arte Contemporáneo. Así se lo digo a mi compadre militar quien dispone lo necesario para la visita. En el trayecto encuentro a Caracas bastante desmejorada, la pobre.
Al cabo de una hora de ver arte contemporáneo, que no reconozco coetáneo mío, le digo al comandante que tengo el antojo de darme un garbeo por el museo de Arte Colonial, en la Quinta Anauco. Luego propongo asomarnos al museo Arturo Michelena y rematar la faena en la Galería de Arte Nacional.
En verdad no recuerdo qué hacía yo en Venezuela en mi otra vida. Conforta comprobar que al hombre que me acompaña todo le parece correcto.
A la hora de almorzar como que me entran ganas de probar un poco de chupe de gallina y un sancochito de pescado. La comitiva me desplaza hacia el barrio de La Candelaria. Invito a sentarse a mi mesa al comandante, quien acepta después de juntar sus tacones reglamentariamente por decimocuarta vez en lo que va de día. ¡Jesús qué manía!
En el pluscafé indago:
- ¿Qué se oye decir en los cuartos de banderas?
El comandante me dice de carrerilla:
- El apoyo del ejército bolivariano al proyecto revolucionario es irrestricto. También compartimos la estrategia de nuestro Jefe de lentificar el calendario por el zaperoco del derrumbe del precio del barril de petróleo en los mercados de futuros.
Así que noté a Chávez tan modosito la otra noche. Si la facturación de la compañía petrolera pública venezolana significa la mitad del producto interno bruto del país, pues eso, que la cosa está jodida.
- ¿Puedo hablarle francamente? pregunto al comandante. Sin esperar su contestación inquiero sobre el resultado de los planes estatales para industrializar el país y hacerlo menos dependiente del petróleo.
El comandante me mira como yo debía mirar a mi loquero de la clínica de Madrid.
- Convendría más, doctor Torres, que platique usted de todo esto directamente con nuestro Jefe.
Levanto la sobremesa y digo a mi hermético señorito de compañía que haga el favor de llevarme al hotel, pues deseo echar un pegadillo.
En el Tamanaco reparo en que las toallas y sábanas tienen agujeros, que el papel del retrete se parece al de estraza, que los grifos del baño tienen roña y la moqueta más mugre que la cama de un ciego.
Me despierta el teléfono.
- Doctor Torres le paso una llamada de palacio.
Un acento dulce me ruega que acepte la invitación del Jefe para desayunar el día de mañana. A las 6:45 a.m. en punto. Para ello debo estar en el lobby del hotel a las 6:15, también a.m.
Me contenta haber dormido la siesta, pues esta noche no me puedo acostar si debo cumplir con el horario propuesto y aceptado.
Paso la noche bebiendo agua mineral en el Ponpom Club, donde fui recibido, como socio de honor, con una acriollada interpretación de la musiquilla de Casablanca.
A las 6:45 a.m. estábamos Chávez y yo desayunando él y cenando yo. Pegaditos a un estanque andaluz repletico de nenúfares y agapantos.
- ¡Eres un gran carajo! Ya veo que te dedicas a joder a preguntas a tu comandante. Te cuento yo mismito de qué va la vaina del petróleo.
Otorgo y callo. Aliento a Hugo Rafael al estilo vernáculo:
- ¡Epa, compae!, ¡échale bolas, pués!
Me cuenta que las cosas han cambiado. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos. La güarandinga de los precios del crudo petrolero se debe a que los chinos han inventado, están fabricando y van a distribuir de a poco, un motor que funciona con agua del grifo. Vivíamos mejor cuando el imperialismo decía que quería exportar la democracia y lo que hacía era importar petróleo.
No sé cómo consolar a un hombre hundido. Si le digo que no hace falta ser pobre para ser puta, igual va y me mira feo. Intento animarle con un toque ecológico:
- Jefe piensa que la naturaleza lo va a agradecer muy y mucho. Y que Venezuela tiene para dar y tomar con su Amazonas, su Orinoco y sus selvas vírgenes, sus muchas sabanas y que si p’aquí que si p’allá. Si el petróleo va a ser sustituido por el agua, aquí también hay mucha agua.
- Ya, pero tal como va la vaina, vamos a terminar comiendo mierda y no se si habrá para todos.
Agradezco a Hugo el rico pabellón criollo que nos hemos zampado, que tuve la prudencia de desengrasar con un plato de lechoza y un sorbete de guanábana y parchita.
Mi ilustre anfitrión me acompaña hasta el porche de la residencia. Me despido de él con un abrazo de viejos camaradas y con un proverbio chino, pero que encasqueto a Buda para no meterle el dedo en el ojo:
- Si tu cabeza está en las nubes, mantén tus pies sobre la tierra. Si tus pies están el la tierra, mantén tu cabeza en las nubes.
Sobre las ocho y media de la mañana me devuelven a mi hotel y me duermo.
Con la atardecida me despierta una frasecita que llegó a mis oídos en la edad media de la edad antigua. La voz me taladra: “las mujeres son como los hombres, sirven para todo. No como ellos, que no sirven para nada”. Digo a la voz: ¡ojalá fuera yo viento y ella se desnudara el pecho y acogiera mi soplo!
En la barra del hotel el barman me invita a un trago por los viejos tiempos.
- A pepa de ojo, ¿cuánto vale el barril de la franja bituminosa del Orinoco?, pregunto.
El hombre que ha preparado mi palo de ron picando hielo con un martillo de alpaca en el cuenco de su mano, dice:
- Nada. Cero. Estamos comiendo cable, doctor. Nos meteremos el excremento del diablo por donde nos quepa. ¡Tremendo peo se formó!
A los dos o tres días ceno con Hugo Chávez en el Country Club. Sin probar ni un pasapalo Hugo me pregunta por ella.
- No sé. Ni siquiera sé si existió.
El Jefe me mira:
- ¡No seas gafo! Está vivita y coliando.
Chávez me ve alicaído:
- ¡Estás agüeboneado! No hace tanto como que la ví en un bonche en una casa de festejos.
Callo.
- ¿Sigues engüayabao?
Callo.
- ¿Te provoca que la mande a traer acá p’acá?
Niego.
- Hablar no hablé. Ella me miró a los ojos, pero no me dijo nada. ¿Ordeno que la busquen?
- Mejor que no, contesté de una vez. Prefiero no hablar de ella. No la espero más. Tengo que pensar que si no volvió es porque no volverá. Y que no debo olvidar que la olvidé. Ella me evita hasta en sueños.
Estoy bravo. Contraataco:
- ¿Cómo fue tu plan para industrializar Venezuela?
- Al carajo se fue. Al igual que las reservas que teníamos en el exterior. Todo empezó cuando la coño’emadre de la Exxon Mobil embargó el platal que Pedevesa tenía fuera del país. Luego me enteran que varios ministros de mi gobierno se han quedado con otro mordisco de nuestras reservas y ahora lo de los chinos y su motorcico. ¡De pinga!
Cumplida mi venganza, enfrío el ambiente y le digo a Hugo Rafael que el consomé de lagarto está chévere. Advierto que se me ha ido la mano con el estoque, pues el que se agüebonea ahora es él.
- Lo que me tiene más arrecho es que ni siquiera puedo consolarme echándole bromas al gobierno de los gringos, que está pior que nosotros. La última emisión de bonos del tesoro USA ha servido para empapelar waterclosed en la Casa Blanca. ¡Cuánto echo en falta a Fidel!
Silencio. El comedor del Country está más bello que nunca. Intento que mi tronco Chávez se venga arriba y le propongo que rematemos la noche tomando unos tragos en El Hatillo.
- No puedo. Mañana tengo que levantarme para disimular. Las cosas no han salido como yo pensaba. ¿Y si te nombro ministro de recursos naturales?
Casi me enternece el hombre. Rehusé como mejor supe, nos fuimos y no hubo más nada.
¡QUE MANOS TAN PEQUEÑAS!
En el hotel el hombre que duerme sueña que está soñando y que es una lástima que ya no le duela el dolor.
El hombre que duerme se desdobla. Su espíritu deja el cuerpo tendido en la cama y le observa desde el techo. ¡Qué manos tan pequeñas tiene! Se apiada de él y se encierra de nuevo en su cárcel de materia.
El espíritu sueña que está en el patio con aljibe.
El cuerpo piensa que cada etapa es un libro.
El cerebro ordena a la consciencia que perciba el azul de lo azul.
La luz arriba. Abajo el agua. Lo infinito está dentro.
EL RELATO MEJOR QUE HE LEÍDO EN AÑOS. SUPERA EN HONDURA AL ANTERIOR SOBRE FIDEL. EL AUTOR ESTÁ EN ESTADO DE GRACIA.AMÉN
ResponderEliminarno es ciencia ficción. es pura literatura realista de anticipación,humor y...sátira . sacude estopa con un lenguaje clásico conciso.me ha complacido muy mucho.
ResponderEliminarRELATO ESPLÉNDIDO,ABSORBENTE Y EQUILIBRADO. NARRACIÓN MINUCIOSA,PERO NO PRILIJA.NO SOBRA NI UNA PALABRA.
ResponderEliminarerrata . donde pone prilija es PROLIJA
ResponderEliminarMe ha encantado. Un relato que te hace estar con la mueca de sonrisa permanente.... es un magnífico relato!.
ResponderEliminarLa foto que figura, es correcta? (un contraluz con unas piernas estupendas y un perfecto trasero)
CARAMBA CON EL MONSIEUR(MOSIÚ EN CRIOLLO).PARECE MÁS VENEZOLANO QUE LA AREPA...
ResponderEliminar¡CÓNCHALES CON EL GRAN CARAY...!ESTE COMPADRE SÍ QUE SABE...TIENE HUMOR HASTA CUANDO JURUNGA...¡ÉPALE!
ResponderEliminarNADIE APRENDE NADA. HUGO ES EL SUBPRODUCTO DE LA VENEZUELA SAUDITA Y CORRUPTA DE MUCHAS DÉCADAS.LO MALO: ES PEOR EL REMEDIO QUE LA ENFERMEDAD. ¿REMEDIOS? :DESPENSA,ESCUELA Y SIETE LLAVES AL SEPULCRO DE S.B.
ResponderEliminaramo las pelis de DINO RISSI
ResponderEliminarQUE BUENA....QUE RISA.... ME HA GUSTADO UN MUCHO, AQUI SE VE DE TODO, QUE BIEN...SI ES LITERATURA DE LA BUENA BUENA.. ¡ME ENCANTA!...
ResponderEliminarHIJA, MAYOLY, TE DIGO QUE ESCRIBIR ES UN PLACER SI SE HACE PARA TI...
ResponderEliminarSin duda, un relato que me ha mantenido en vilo. Quizás lo novedoso del tema, los claroscuros del personaje central, lo original de sus pensamientos, su visión entre irónica y tierna...
ResponderEliminarTodo hilado y perfilado por una gran pluma de mago escritor.
Abrazo, para el hombre que sueña que está soñando...
Me guardo una de tus frases, con tu permiso, Manuel M.:
"Si tu cabeza está en las nubes, mantén tus pies sobre la tierra. Si tus pies están el la tierra, mantén tu cabeza en las nubes"
TE PUEDES GUARDAR LA FRASE Y EL UNIVERSO MUNDO DE MIS SUEÑOS...¡GRACIAS!
ResponderEliminarun buenrelato, dónde a mi leal y pobre entender subyace, una especie de ironía, al hombre que murió como hombre, de una enfermedad de hombres,no fué, a mi criterio, ningún santo,de clase alta,militar, que se arroja en 2005 de cabeza a ese socialismo..cual?????...y no, es héroe, ni patriota, ni revolucionario...ni Bolivar, a mi pobre saber y entender...
ResponderEliminarexcelente, ya dije no se comentar,es todo tan subjetivo...
un abrazo fraterno
lidia