En esa parte del barrio, en Serrano nº 21, vivían tía Victoria y tío Manolo, mis padrinos. “Amer Ventosa” el fotógrafo entonces de moda, tenía allí su estudio. A finales de los años cincuenta la policía depositó a mis tíos en un tren, en la estación del Norte, rumbo a París. De allí viajaron a Sudamérica. El mini‑exilio se debió a los acontecimientos de la Universidad Complutense de Madrid, puesto que mi tío era entonces Decano de la vieja facultad de Derecho, en la calle de San Bernardo.
Mi tio se portó como un hombre y no dejó que la Falange violara el fuero universitario. De ahí viene lo de su exilio; por entonces la policía encarceló en la cárcel de Carabanchel a Javier Pradera, Antonio Ron, Claudín y otros, que solían venir por casa a jugar al tute. Mi tío Manolo me trajo de América un Wiew‑Master, para ver en 3‑D fotos de celuloide. Me encantaría encontrarlo. Lo echo de menos. Pido a mi primo Antonio Moreno Torres que me regale el suyo, que estoy en la flor de la vida y no puedo encontrar el mío.
En los días de lluvia el colegio tenía por norma que no se saliera al patio para el recreo ni tampoco al terminar las clases pues era obligatorio esperar a la tata que venía a buscarme y que solía ser Isabel la asistenta. Nos forzaban a permanecer dentro del aula y eso me producía una gran tristeza. De ese problema me liberé al cumplir los nueve años, edad en que mis padres consideraban que sus hijos tenían suficiente juicio como para ir solos al colegio. Estuve convencido mucho antes de cumplir los nueve años de que yo ya tenía juicio. Además, no había casi tráfico, los cruces de calles no eran peligrosos, Velázquez tenía un hermoso bulevar central y no supe que ningún perturbado raptase a niño alguno en aquellos tiempos. Tampoco vi por mi barrio a ningún “sacamantecas”, salvo en el cine, en una película llamada “El Cebo”, que me dio mucho susto.
Volviendo a los comercios de entonces y a su viejo estilo diré que era frecuente ver en panaderías y cacharrerías, en sus pequeños y oscuros escaparates, un cartel que rezaba “Se cogen puntos a las medias”. Ello se hacía por manos femeninas en unas máquinas que se llamaban Vito y que daban lugar a un trabajo artesanal de muchísimo mérito e interés social. Efectivamente, las medias de cristal que usaban entonces las señoras no eran un artículo, como hoy, de usar y tirar, sino que habían de durar tiempo, no sólo por cuestión de precio sino también de disponibilidad. Quiero decir que las medias buenas eran de importación o de contrabando. O ambas cosas a la vez. Mi interés por las medias femeninas, y por su contenido, viene de antiguo y me acerca al maestro Berlanga. Como me acercan al mundo del cine en general las más de trescientas películas que vi en el curso de Preuniversitario. Dado que no había clase por las tardes asistía todos los días a uno, o dos, programas dobles. Hagan Uds. la cuenta.
Otro establecimiento de bebidas y coctelería muy típico en Serrano se llamó Xaüen, nombre de una ciudad del Marruecos antaño zona de “protectorado” español. Buena parte de las desgracias políticas españolas del siglo XX debe atribuirse a nuestros generales africanistas, que fueron de victoria en victoria hasta la gran derrota final. De entre ellos destacó uno apellidado Franco ¡Madre mía!
Diferencia notable entre las comunidades de vecinos de antaño y las de hogaño es que sus porteros, y así también ocurría en Claudio Coello 38, tenían vivienda en la finca. Ello, unido a la inexistencia o no aplicación de convenios colectivos y sus obligatorios horarios de trabajo, aseguraba que el portero, ayudado por mujer e hijos, diera al edificio un servicio permanente, que prestaba de uniforme con botones de latón en las horas principales, y con mono de trabajo el resto del tiempo. En reciprocidad, obtenían buenas propinas si eran lo suficientemente habilidosos como para desatascar una cañería o arreglar un enchufe o interruptor.
Manolo nuestro portero era de esa estirpe de gente honesta y trabajadora y jugó un importante papel en nuestra casa. Dejo para otra ocasión, o para que lo cuente Miguel hermano, las reuniones y juegos de cartas que se organizaban en el comedor de la portería, mientras yo jugaba al fútbol o a las chapas en el patio de servicio, por el que subía, al aire, el montacargas antediluviano que me hacía “luz de gas”. Simplemente diré que eran asiduos Javier Pradera, Clemente Auger, Manolito Fernández Bugallal, Arturo González, un tal Fernández Fábregas y otros. Todos ellos de una generación anterior muy anterior a la mía. Como el propio Enrique Múgica, que también comparecía por allá.
Otra desemejanza del barrio de ayer con el de hoy es que los obreros que trabajaban en la construcción o reconstrucción de los edificios no hacían su almuerzo en bares o tascas de barrio, sino que lo traían de su casa en tarteras de aluminio envueltas en servilletas de cuadros rojos o azules atadas con nudos. Me imagino que el poder adquisitivo de los salarios de entonces no daba para el menú de las tabernas, que eran más bien frecuentadas por los señoritos, a la hora del aperitivo, y por los oficinistas a la del café. Los obreros almorzaban a la una de la tarde y si ésta era soleada y de calda temperatura, se tumbaban en la calle a dormitar una pequeña siesta, posición muy adecuada para mirar y piropear a las señoras que pasaban por la calle, a veces con zapatos topolino y faldas de tubo. Se oían burradas, pero también requiebros ingeniosos. Por almohada usaban dos o tres ladrillos.
Otra desemejanza del barrio de ayer con el de hoy es que los obreros que trabajaban en la construcción o reconstrucción de los edificios no hacían su almuerzo en bares o tascas de barrio, sino que lo traían de su casa en tarteras de aluminio envueltas en servilletas de cuadros rojos o azules atadas con nudos. Me imagino que el poder adquisitivo de los salarios de entonces no daba para el menú de las tabernas, que eran más bien frecuentadas por los señoritos, a la hora del aperitivo, y por los oficinistas a la del café. Los obreros almorzaban a la una de la tarde y si ésta era soleada y de calda temperatura, se tumbaban en la calle a dormitar una pequeña siesta, posición muy adecuada para mirar y piropear a las señoras que pasaban por la calle, a veces con zapatos topolino y faldas de tubo. Se oían burradas, pero también requiebros ingeniosos. Por almohada usaban dos o tres ladrillos.
( las fotos son de http://gatosbizcos.blogspot.com )
Entrañables todos estos recuerdos con pinceladas de historia.
ResponderEliminarMe gusta leerte.
Un abrazo
Un hurra por el tío Manolo y otro por tí, me gusta venir a perderme en ese Madrid de tus recuerdos y las historias de mis mayores, de algún modo los traes a mi lado.
ResponderEliminarUn abrazo
Un grupo selecto de intelectuales, los amigos de tu tío, y una especie extinta, la de los albañiles piropeadores. Y es verdad que algunos tenían un gracejo que sacaba la sonrisa de la más siesa. Ls fotos son estupendas.
ResponderEliminarMe gustaron las fotos, me recuerdan las de mi madre, sobre todo, las de sombreros.Aquí tenemos un decir...si pasás por una obra en construcción y un albañil no te piropea, es hora de comenzar a cuidar tu aspecto...Muy lindos recuerdos, Manuel María. Besos. Haydée
ResponderEliminarManuel, ya tenía olvidado el cartel "se cogen puntos de media", a veces no era una carrera en la media, era una autopista con cuatro carriles.
ResponderEliminarTambién he recordado sobre los piropos ese disco que tienen mis padres que cantan a dúo Carmen Morell y Pepe Blanco con chulería madrileña.
Dice él: Soy vendedor de piropos,
¿quién me los quiere comprar?
Contesta ella:
Si le acepto yo un piropo,
lo tendrá que regalar.....
Buenos días Manuel un placer leer tu capitulo nuevo Madrid en gris... en esta mañana de lunes mientras desayuno mi café con leche...
ResponderEliminarInteresantes historias de otros tiempos, contadas con amor y por amor , a los tuyos y a las letras sacando de tu sentir de escritor lo mejor de ti, tus sentimientos escritos en papel para la posteridad.
Son como tu hijo de papel.
Besos de MA y feliz semana para ti apreciado amigo Manuel.