lunes, 7 de noviembre de 2011

Madrid en gris (capítulo undécimo)





Cierro los ojos y recorro la calle de Castelló abajo a partir de la puerta del colegio del Pilar. Cruzo Ayala por misma acera en que estuvieron los billares “Castelló”, que ya no existen. En el nº 46 vivían Juan Puebla y familia. En la acera de enfrente, en el 45 de Castelló, aún sigue viva la estación de servicio “Versalles: lavado, engrase y garaje”. Sigo andando y me encuentro vivo y coleando, en el nº43, un palacete dedicado a estudio de ba­llet. Sorprende que sobreviva. Levanto la cabeza y veo al final de la calle Castelló, mirando hacia Alcalá y hacia el parque del Retiro, la torre de las Escuelas Aguirre, buen ejemplar del lla­mado neo-mudéjar madrileño. Caminando hacia Hermosilla doblo la calle en mi imaginación y veo que el “Anón Cubano” frutería en el número 50 de Hermosilla sigue abierto al igual que su contiguo café Yela Bar, cuya inauguración presencié de muy niño.

Más cerca de Velázquez, en Hermosilla nº 46, vivió unos años tío Vicente. Allí no murió pues los Torres Gutiérrez se trasladaron a un edificio nuevo para funcionarios de Hacienda cons­truido por los alrededores del Eurobuilding‑1. Al seguir por Her­mosilla hacia Velázquez me topo, en la esquina de Núñez de Bal­boa, con la iglesia de la “Embajada Británica of Saint Georges”. Una vez mi hermano el clérigo me hizo una confidencia, ambos ya en cuarentones. Me contó que, de pequeño, siendo alumno del colegio de El Pilar, habían tirado alguna piedra contra esa capilla protestante, justamente por serlo. No le afeo nada, porque yo también he tirado pie­dras por motivos absurdos o incluso sin motivo, que queda más ácrata y da más gusto. A la residencia del embajador de Italia le tengo roto más de un cristal.

Subo por Núñez de Balboa y compruebo que el número 50 es un bonito edificio que vi construir en mi ruta hacia el cole. Una placa de granito atestigua que lo hizo “Francisco Moreno López. Arquitecto”. Recuerdo que durante mu­chísimos años fue portero titular de esa finca un hombre manco y con bigote, siempre vestido de librea. La casa sigue en pie y bien conservada pero no el portero. También vi levantar más arriba en la propia calle, en la esquina con Ayala y en la acera de enfrente, una casa que hace chaflán en redondo en cuya fachada se utilizó por primera vez el gresite, material que estuvo muy en boga y que a mí me gustó y me sigue gustando, aunque no sé si es bueno y resistente para las fachadas. Tiene su portal una especie de friso en piedra que representa a un león veneciano con la inscripción “Assicurazioni Generali” y el año de fundación de esta compañía en números romanos. Si subo por esa misma acera de Núñez de Balboa y cruzo Ayala, en esa esquina, que es el número 48, veo el edificio en que habité un año a mi regreso de Venezuela. Mi her­mana mayor residía más arriba, en otro número par de la propia Núñez de Balboa. Viví con ella varios años en ese agrada­ble edificio diseñado por el arquitecto Gutiérrez Soto, más conocido como “Pichichi”. Mi hijo, que rompió a hablar con meses de edad, llamaba a esta calle “Núñez de Barbados”. Sabía que existían tales islas caribeñas porque yo las había visitado y así se lo contaba.

Regreso a la calle Ayala para comprobar mentalmente que en el número 46 ya no está una especie de bar de copas de aire inglés que era frecuentado por la burguesía del barrio, inclu­yendo a las viejecitas que viven enfrente, en un edificio “ad hoc” para ancianos hecho por los Carmelitas. Me acordaré más tarde del nombre de ese bar que tenía conciencia de clase. ¡Et voilà!: primero se llamó Mariscal. Después Gran Chambelán. Ahora TEI. Llego a Velázquez, giro a la izquierda y contemplo la fachada bonita de una de las buenas casas del barrio, en la que nació y vivió el hoy famoso Juan Abelló, esto es, en el número 48 de Ve­lázquez. Los Abelló, por su mucho caudal y por otras razones, tenían una fräulein. Hago otro esfuerzo y me enco­miendo a la memoria para reseñar que frente por frente de tal casa se encuentran la tienda Palao y el Hostal Don Diego, vivos ambos. Al revisar esta narración debo certificar la defunción de Palao.

En los impares de Velázquez aprecio como antigua la tienda de marcos y grabados Ruiz Vernacci, aunque no sé si se remonta a mi niñez. Si cruzo Hermosilla me encuentro con Friki, comercio de solera en el barrio, que ocupa un curioso edificio de una sola planta entre los números 37 y 39 de Velázquez. De ca­mino pienso que la familia Arias Salgado vivía en Hermosilla 31 en un edificio de porte noble, pero no quiero seguir por Hermosilla sino que prefiero bajar hasta Goya. Han edificado un hotel de nombre Adler en la esquina Velázquez/Goya, con el buen gusto de conservar fachada y estilo noble de aquella casa, en la que se ubicó la droguería donde compré mi primera maquinilla de afei­tar, de hoja de acero y marca Palmera. ¡Menudo destrozo me hice en mi carita serrana!




(Bodas de sangre es una tragedia en verso de Federico García Lorca escrita en 1931. Se estrenó el 8 de marzo de 1933 en el Teatro Infanta Beatriz de Madrid)


Levanto la cabeza y cruzo la calle de Goya para compro­bar que ya no está la tienda Alfa’s, que era de ropa y objetos de regalo y accesorios de mucha calidad. Donde ahora hay un banco, en la esquina anterior, estaban unas mantequerías de gran renombre y calidad de cuyo nombre no doy fe. Sigo por la acera donde estaba Alfa’s y veo una farmacia antigua y muy estricta por cierto en la administración de medicamentos sin receta, o incluso con receta, porque el titular debía ser pro‑vida. Muy cerca queda el Bar Goya, comercios ambos que sobreviven, aun­que la farmacia ha cambiado de nombre. Este Bar Goya, casi esquina a Lagasca, era el primero en abrir muy temprano de buena mañana. Advierto que al principio de Lagasca, donde se construyó en los 60 el Cine Richmond, hoy hay un horrible en­gendro para tomar copas, esto es, en el número 31. Sigo por Lagasca y compruebo que en el 35, ¡oh milagro!, siguen vivos los Talleres Apolo con un rótulo gracioso que pone “Baterías, esca­pes y amortiguadores”, pegando con una pequeñita zapatería llamada Rachel que gustaba a mi madre.

En esa misma acera de Lagasca, en el número 37, estaba la entrada a un colegio de niñas que hoy es un edificio en rehabili­tación por la Constructora San Martín, que está rehabilitando medio barrio de Salamanca. Yo tenía cierto cariño por aquel co­legio de monjas puesto que desde las ventanas del piso interior de mi amigo Antonio Ron en Claudio Coello 38, y también desde la azotea de toda la finca, veía trajinar a aquellas monjas de tocas de enorme vuelo, que colgaban la ropa en una azotea del gran patio de manzana. No me acuerdo de qué orden religiosa eran ni tampoco sé si se está rehaciendo el colegio o, como me temo, serán viviendas y oficinas y las monjas se irán con viento fresco a no se sabe dónde, si es que la orden sigue viva. Confirmado mi temor: son viviendas y oficinas.

Llego con mi imaginación hasta Hermosilla y doblo a la izquierda, paso por el número 22 donde vivían los Gómez de la Vega y llego hasta casi la esquina, donde había un bonito portal con jardín al fondo por el que se accedía a la entonces famosí­sima modista Asunción Bastida en el número 18 de Hermosilla. ¿Saben Uds. qué está pasando en aquella finca? Pues yo se lo cuento. Que Construcciones San Martín ha derribado el viejo edificio y ha hecho uno de planta nueva, aún sin terminar, que ocupa todo el solar en esquina de aquel viejo y bonito edificio. Ya terminado en la revisión de marzo del 2004. Los bajos comerciales están ocupados por Habitat y el ático tiene un aire futurista con formas redondeadas que no pegan mucho con el entorno. Digo yo.

Me dirijo con mi imaginación hacia el Teatro Infanta Beatriz y, compruebo, que en la puerta de entrada de los artistas no está la castañera que me ofrecía aquel sabroso y caliente presente en los otoños de entonces, lo cual no es raro porque si aquella cas­tañera tenía entonces 50 ó 60 años ahora tendría 110 ó 120 años, edad que no parece al alcance de una castañera nacida a princi­pios del siglo XX. Ya sabéis que el teatro es ahora un restaurante y bar llamado Teatriz, decorado por Philipe Stark.


5 comentarios:

  1. Que impresionante viaje con la mente, y que lástima que no te esperase la castañera en la esquina, aquí volvieron hace no mucho y a mis hijos les encanta calentarse las manos con su cuchurucho.

    Besos

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  2. Lo cierto es que ahora es una ciudad bien diferente. La prefiero así, no echo en falta la de entonces, será por eso que la abandoné hace años. Beso.

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  3. Amigo Manuel hermoso relato nos regalas en tus capítulos de: Madrid en gris... sacas lo mejor de tus recuerdos y vivencias y los plasmas en estas memorias escritas que son un legado magnifico de tu puño y letra para que el mundo las lea, desde esta ventana virtual...Pasa el tiempo , pasa la vida, pero el recuerdo queda vivo en tu relajante escritura, así nunca muere.


    Feliz día con su noche.

    Besos para ti.

    MA.

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  4. Tu descripción fotográfica me traslada a tu lado y paseo contigo en la invisibilidad. Tu memoria me parece alucinante.

    Un beso nostágico ( o dos).

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  5. Aunque no te los he comentado todos (he estado muy liada cambiándome de casa) sí que te los he leído y te diré que me encanta este recorrido tuyo.

    Por cierto que la lengua materna de las brujas creo que es el panocho, cosa que yo no hablo porque soy una murciana atípica que no tengo ni acento, jaja.

    Besos

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!