( el autor con Ivonne )
Apenas sí servidor tenía obligación de hacer deberes o tareas. Mi padre jamás me preguntó por ellos, dado que yo llevaba invariablemente buenas notas a casa, notas que él apenas sí miraba. La costumbre de mi padre de no comentarme los resultados de mis distintas etapas escolares se mantuvo invariable, incluso cuando obtuve el premio extraordinario de licenciatura. Ni una sola palabra de aliento oí de su boca.
De niños nos llevaban al Teatro Infanta Beatriz a ver las matinés de Cholín y Tuercebotas. Algunos domingos íbamos a sesiones dobles en los cines, hoy desaparecidos, llamados Príncipe Alfonso y Colón, ambos en la calle Génova. A veces usábamos el metro, línea Goya, Velázquez, Serrano, Colón, Alonso Martínez, Bilbao, San Bernardo, Argüelles.
Cuando yo tenía cuatro o cinco años los hermanos que entonces llevaran la voz cantante decidieron ver una película sobre la vida del gran Caruso que proyectaban en el cine Carlos III. Notaron que yo me resistía y quisieron saber por qué. Expliqué que no me gustaban las películas de ópera. Mis hermanos se sorprendieron por juicio tan rotundo. Me preguntaron:
-“pero... Manuel María, ¿tú sabes qué es la ópera?”.
-Yo les dije: “la ópera son negros que salen y cantan y bailan”.
Es evidente que me estaba equivocando con el jazz. Hoy en día confieso que me gusta mucho más el jazz que la ópera. Los discos de baquelita que había en Claudio Coello, anteriores al vinilo, eran de zarzuela y de revistas musicales, sobre todo de Celia Gámez. Recuerdo “El Águila de Fuego”, “Las Leandras” y “La Montería”. De 33 revoluciones, en formato llamado long‑play. Por allí andaban, ya en vinilo, el mambo de Pérez Prado y los boleros del viejo trío Los Panchos y cosas así. El Trío Calaveras no se cansaba de cantar “Por el camino verdeeee…que va a la ermita”
Evito sofocos al improbable lector si aviso que he comprobado que harpillera se escribe con hache. Las monjas de Santa Clara eran y son las Clarisas capuchinas del Convento de San Antón de la calle Recogidas de Granada.
En una noche de Reyes de aquellos años tuve una experiencia preternatural. La pared de mi cuarto se iluminó y me invadió una emoción profunda. Era una luz tan hermosa como un atardecer de otoño. La luz se convirtió en un bienestar absoluto para mí. Al final devino en calabaza. Me dormí lleno de paz y armonía.
Que mi dormitorio diera al patio de los pavos, lo que objetivamente podría interpretarse como una mala orientación, era, sin embargo, divertido para mí por varios motivos. De pequeño porque me permitía oír su gorgoteo extraño y el canto de algún gallo que también venía de la finca. De madrugada me despertaban las aves y yo, niño urbano, soñaba con el campo y sus exuberantes veranos. De más mayor, porque me permitía curiosear por la ventana las actividades de las cocinas y sus fámulas.
Especialmente las que trabajaban en la casa de los Durán, en el piso segundo, y que, quizás porque se decía que Don Florencio era un “mujeriego”, solían ser guapas y alegres. Una de ellas, malagueña y salerosa, me llevó algunas veces a un sotanillo oscuro que había en Goya llamado Los tres caballeros.
Gracias a ese patio de vecindad recibí una buena formación en la copla española que las radios difundían sin interrupción. La parte negativa eran las radionovelas, con guiones del escritor Guillermo Sautier Casaseca. Recuerdo “Lo que nunca muere” y “Ama Rosa” que duraban meses y meses, incluso años, interpretadas por el “elenco de artistas” de Radio Madrid. Por azares del destino un hijo del famosísimo autor fue amigo, años más tarde, de mi hermano José Ignacio. Otro riesgo de los patios de mi casa era oír por obligación el consultorio de la Señorita Francis.
Las ilustraciones que has colgado son la guinda del relato. Si exitieran Multiversos, esa época fue un Universo agridulce que se solapa con el que vivimos ahora. Un niño con buenas notas, y casi estoy segura que con banda de honor por buena conducta.
ResponderEliminarLa definición de ópera que diste a tus hermanos no iba desencaminada, de acuerdo que había pocos negros, pero sí se cantaba y, a veces, bailaba. Qué suerte tuviste con la visión.
No soportaba la música que se escuchaba en la radio de aquellos tiempos.
ResponderEliminarDe pequeña me gustaban los niños listos, sería por compensar,je,je. De hecho me casé con uno que lo era y mucho, espacial y matemáticamente hablando, de la intuición y la filosofía ya me encargaba yo. Había que mantener un nivel genético medianamente aceptable, para seguir compensando el género humano. ¿No te lo crees?, pues lo tuve bien clarito desde pequeñaja. Ja,ja. Besso.
¡Gracias Amaltea! ¡Qué goce gris ese de hacer las cosas aparentemente bien!
ResponderEliminar¡Gracias Emejota! ¡No sé, no sé! ¡Hay que dejar algo al azar! No me atrevería a "cruzar" a una notario con un inspector de Hacienda...
ResponderEliminarMe encanta sumergirme en tus recuerdos, aun cuando sean tristes como un padre que siempre descuenta el éxito de su hijo.
ResponderEliminarQue privilegio disfrutar la música desde pequeños.
Un beso
¡GRACIAS Pilar! No es exactamente tristeza...¡otros tiempos!
ResponderEliminarBesos muchos besos
Me gusta las ilustraciones del post mi apreciado amigo Manuel.
ResponderEliminarY como relatas tu Madrid en gris.
Haciéndome ver en tus letras una época que no he vivido, pero si recuerdo de niña oír a nuestras madres y abuelas mientras cosían la ropa de casa oír las novelas cada tarde que eran eternas jeje y yo mientras jugaba y también el consultorio de la señorita Francis con aquellas cartas de personas con problemas sin saber resolver por ellos mismos y los consejos que le daba la señorita Francis.¡Qué tiempos!
Un abrazo fraternal de MA para ti feliz noche de domingo.
¡Gracias MA! ¡O tempora! ¡O mores!
ResponderEliminarOtra orilla pero las mismas costumbres...En casa se escuchaba a Federico Fábrega interpretando "El León de Francia" y a las seis de la tarde todos los chicos nos pegábamos a la radio para escuchar a "Tarzáaaaaan, rey de los moooonooooosssss", que así sonaba y tomar Toddy, marca de la chocolatada que lo auspiciaba. Y, para coincidencia, mi mami nunca me felicitó por mis buenas notas; decía que eran mi obligación...pero aunque no lo dijera, yo sabía que estaba orgullosa de mí.Gratísimo leer tus recuerdos Manuel María. Un abrazo fraterno desde mi ciudad aromada de lapachos y jacarandáes.Haydée
ResponderEliminarHaydée Norma Podestá ¡Qué requetebién escribes...! Toddy no había por acá, tomábamos Cola-Cao. Besos
ResponderEliminar¡¡Uyy!!¡¡Muchas gracias Manuel María por tu concepto!!Pero, en rigor de la verdad, debo compartirlo con vos.¡¡Qué bueno sería alguna vez poder tener una charla frente a un café y compatir nuestros recuerdos de infancia!! Me parece que tienen un montón de coincidencias.Pero, bueno, por el momento, valgan los comentarios aunque en ellos no te pueda decir todos los sentimientos de añoranzas que tus historias me traen...Hay muchas cosas que dejo de comentar; sin embargo qué regalo de la vida poder leerte. Un beso. Haydée
ResponderEliminarHaydée Norma Podestá, ya sabes aquello de Serrat:
ResponderEliminar"De vez en cuando la vida/toma conmigo café..."
Soy yo quien agradezco tu empatía en los recuerdos. Besos
Cuando te leo no veas la cara de felicidad que pongo ¿Y todavía dudas en escribir un libro?.
ResponderEliminar¿Y arpillera con h también es una manía de Juan Ramón?
Ya que lo dices, la Señorita Francis, no era mujer sino un caballero que a través de la locutora de radio les aconsejaba a las señoras: "Complazca a su esposo y haga lo que él desee..."
¡será posible!
LOLI, ¿Tú también, niña guasona? Me voy de viaje unos días...
ResponderEliminarTe tendré presente en mis oraciones...
Bueno yo soy más de ópera que de jazz, tal vez porque estuve en la coral lírica y al jazz no le pillo bien el tempo; pero me encantaban los bolos.
ResponderEliminarUn beso para empezar