domingo, 2 de octubre de 2011

Madrid en gris (capítulo sexto)


( el autor con Ivonne )




Apenas sí servidor tenía obligación de hacer deberes o tareas. Mi padre jamás me preguntó por ellos, dado que yo llevaba invaria­blemente buenas notas a casa, notas que él apenas sí miraba. La costumbre de mi padre de no comentarme los resultados de mis distintas etapas escolares se mantuvo invariable, incluso cuando obtuve el premio extraordinario de licenciatura. Ni una sola palabra de aliento oí de su boca.

De niños nos llevaban al Teatro Infanta Beatriz a ver las matinés de Cholín y Tuercebotas. Algunos domingos íbamos a sesiones dobles en los cines, hoy desaparecidos, llamados Príncipe Alfonso y Colón, ambos en la calle Génova. A veces usábamos el metro, línea Goya, Velázquez, Serrano, Colón, Alonso Martí­nez, Bilbao, San Bernardo, Argüelles.

Cuando yo tenía cuatro o cinco años los hermanos que entonces llevaran la voz cantante decidieron ver una película sobre la vida del gran Caruso que proyectaban en el cine Carlos III. Notaron que yo me resistía y quisieron saber por qué. Expliqué que no me gustaban las películas de ópera. Mis hermanos se sorprendieron por juicio tan rotundo. Me preguntaron:

-“pero... Manuel María, ¿tú sabes qué es la ópera?”.

-Yo les dije: “la ópera son negros que salen y cantan y bailan”. 





Es evidente que me estaba equivocando con el jazz. Hoy en día confieso que me gusta mucho más el jazz que la ópera. Los discos de baquelita que había en Claudio Coello, anteriores al vinilo, eran de zarzuela y de revistas musi­cales, sobre todo de Celia Gámez. Recuerdo “El Águila de Fuego”, “Las Leandras” y “La Montería”. De 33 revoluciones, en formato llamado long‑play. Por allí andaban, ya en vinilo, el mambo de Pérez Prado y los boleros del viejo trío Los Panchos y cosas así. El Trío Calaveras no se cansaba de cantar “Por el camino verdeeee…que va a la ermita”




Madueño, hoy cura en Patagonia, y yo fuimos muy aficionados a jugar a los bolos americanos. Con doce o trece años lo hacíamos en la bolera del Carlos III (hoy sala de fiestas) o en la del cine Bilbao. También en la del cinema Benlliure. Después de jugar nos tomábamos en cualquier bar una cazuela de champiñones y otra de gambas al ajillo. Las Navidades eran gratas, a lo que con­tribuía la llegada desde Granada de vituallas que duraban más allá de las fiestas. Del cortijo de los abuelos en Martos, provincia de Jaén, provenían las alcuzas de aceite y de la finca de Granada los pavos vivos que llegaban en seras de esparto cosidas con har­pillera, de manera que los animales tenían la cabeza fuera. De­beré hacer un esfuerzo para recordar cómo se llamaba la agencia de transporte que estaba por Atocha. También arribaban orzas de barro con lomos de cerdo adobados enterrados en manteca del propio animal. Las monjas de Santa Clara y las de Chauchina nos enviaban ricos dulces de indubitado origen árabe. Los roscos de anís, los alfajores, los mantecados, los polvorones, los batatines, las yemas y otras golosinas no faltaban en nuestra mesa en los días de Navidad ni los mazapanes, alfandoques y turrones. Los pavos se “estabulaban” en uno de los patios de Claudio Coello, precisamente al que daban las cocinas y mi dormitorio.




Evito sofocos al improbable lector si aviso que he comprobado que harpillera se escribe con hache. Las monjas de Santa Clara eran y son las Clarisas capuchinas del Convento de San Antón de la calle Recogidas de Granada.

En una noche de Reyes de aquellos años tuve una experiencia preternatural. La pared de mi cuarto se iluminó y me invadió una emoción profunda. Era una luz tan hermosa como un atardecer de otoño. La luz se convirtió en un bienestar absoluto para mí. Al final devino en calabaza. Me dormí lleno de paz y armonía.

Que mi dormitorio diera al patio de los pavos, lo que objetivamente podría interpretarse como una mala orientación, era, sin embargo, divertido para mí por varios motivos. De pe­queño porque me permitía oír su gorgoteo extraño y el canto de algún gallo que también venía de la finca. De madrugada me des­pertaban las aves y yo, niño urbano, soñaba con el campo y sus exuberantes veranos. De más mayor, porque me permitía curio­sear por la ventana las actividades de las cocinas y sus fámulas.





Es­pecialmente las que trabajaban en la casa de los Durán, en el piso segundo, y que, quizás porque se decía que Don Florencio era un “mujeriego”, solían ser guapas y alegres. Una de ellas, malagueña y salerosa, me llevó algunas veces a un sotanillo oscuro que había en Goya llamado Los tres caballeros.
Gracias a ese patio de vecindad recibí una buena formación en la co­pla española que las radios difundían sin interrupción. La parte negativa eran las radionovelas, con guiones del escritor Guillermo Sautier Casaseca. Recuerdo “Lo que nunca muere” y “Ama Rosa” que duraban meses y meses, incluso años, interpretadas por el “elenco de artistas” de Radio Madrid. Por azares del destino un hijo del famosísimo autor fue amigo, años más tarde, de mi her­mano José Ignacio. Otro riesgo de los patios de mi casa era oír por obligación el consultorio de la Señorita Francis.

15 comentarios:

  1. Las ilustraciones que has colgado son la guinda del relato. Si exitieran Multiversos, esa época fue un Universo agridulce que se solapa con el que vivimos ahora. Un niño con buenas notas, y casi estoy segura que con banda de honor por buena conducta.
    La definición de ópera que diste a tus hermanos no iba desencaminada, de acuerdo que había pocos negros, pero sí se cantaba y, a veces, bailaba. Qué suerte tuviste con la visión.

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  2. No soportaba la música que se escuchaba en la radio de aquellos tiempos.
    De pequeña me gustaban los niños listos, sería por compensar,je,je. De hecho me casé con uno que lo era y mucho, espacial y matemáticamente hablando, de la intuición y la filosofía ya me encargaba yo. Había que mantener un nivel genético medianamente aceptable, para seguir compensando el género humano. ¿No te lo crees?, pues lo tuve bien clarito desde pequeñaja. Ja,ja. Besso.

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  3. ¡Gracias Amaltea! ¡Qué goce gris ese de hacer las cosas aparentemente bien!

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  4. ¡Gracias Emejota! ¡No sé, no sé! ¡Hay que dejar algo al azar! No me atrevería a "cruzar" a una notario con un inspector de Hacienda...

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  5. Me encanta sumergirme en tus recuerdos, aun cuando sean tristes como un padre que siempre descuenta el éxito de su hijo.

    Que privilegio disfrutar la música desde pequeños.

    Un beso

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  6. ¡GRACIAS Pilar! No es exactamente tristeza...¡otros tiempos!
    Besos muchos besos

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  7. Me gusta las ilustraciones del post mi apreciado amigo Manuel.
    Y como relatas tu Madrid en gris.
    Haciéndome ver en tus letras una época que no he vivido, pero si recuerdo de niña oír a nuestras madres y abuelas mientras cosían la ropa de casa oír las novelas cada tarde que eran eternas jeje y yo mientras jugaba y también el consultorio de la señorita Francis con aquellas cartas de personas con problemas sin saber resolver por ellos mismos y los consejos que le daba la señorita Francis.¡Qué tiempos!

    Un abrazo fraternal de MA para ti feliz noche de domingo.

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  8. Otra orilla pero las mismas costumbres...En casa se escuchaba a Federico Fábrega interpretando "El León de Francia" y a las seis de la tarde todos los chicos nos pegábamos a la radio para escuchar a "Tarzáaaaaan, rey de los moooonooooosssss", que así sonaba y tomar Toddy, marca de la chocolatada que lo auspiciaba. Y, para coincidencia, mi mami nunca me felicitó por mis buenas notas; decía que eran mi obligación...pero aunque no lo dijera, yo sabía que estaba orgullosa de mí.Gratísimo leer tus recuerdos Manuel María. Un abrazo fraterno desde mi ciudad aromada de lapachos y jacarandáes.Haydée

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  9. Haydée Norma Podestá ¡Qué requetebién escribes...! Toddy no había por acá, tomábamos Cola-Cao. Besos

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  10. ¡¡Uyy!!¡¡Muchas gracias Manuel María por tu concepto!!Pero, en rigor de la verdad, debo compartirlo con vos.¡¡Qué bueno sería alguna vez poder tener una charla frente a un café y compatir nuestros recuerdos de infancia!! Me parece que tienen un montón de coincidencias.Pero, bueno, por el momento, valgan los comentarios aunque en ellos no te pueda decir todos los sentimientos de añoranzas que tus historias me traen...Hay muchas cosas que dejo de comentar; sin embargo qué regalo de la vida poder leerte. Un beso. Haydée

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  11. Haydée Norma Podestá, ya sabes aquello de Serrat:
    "De vez en cuando la vida/toma conmigo café..."
    Soy yo quien agradezco tu empatía en los recuerdos. Besos

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  12. Cuando te leo no veas la cara de felicidad que pongo ¿Y todavía dudas en escribir un libro?.
    ¿Y arpillera con h también es una manía de Juan Ramón?
    Ya que lo dices, la Señorita Francis, no era mujer sino un caballero que a través de la locutora de radio les aconsejaba a las señoras: "Complazca a su esposo y haga lo que él desee..."
    ¡será posible!

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  13. LOLI, ¿Tú también, niña guasona? Me voy de viaje unos días...
    Te tendré presente en mis oraciones...

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  14. Bueno yo soy más de ópera que de jazz, tal vez porque estuve en la coral lírica y al jazz no le pillo bien el tempo; pero me encantaban los bolos.
    Un beso para empezar

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!