martes, 21 de junio de 2011

Los Cipreses (capítulo sexto)



Hubo algunas excursiones más. Una a Diezma, a la finca del tío Antonio García, casado con Trini Torres López, otra a Dúrcal, a la casa del tío Paco, y una tercera a Huétor‑Santillán, con tío Juan y familia que era de ¡trece hijos!;igual me quedo corto y este hermano de mi padre lo que tuvo fueron dieciséis retoños, con la misma mujer y sin ayuda de ciencia reproductiva alguna.
Y no mucho más, en tantos veranos. Olvidaba que fuimos también a visitar a los Torres‑Puchol a Almuñecar. Recuerdo la sofocante bofetada del calor húmedo del mar, tan diferente al seco de Granada capital, y que mi prima Chini era simpática y rubia. El tío Antonio antes mencionado, el labrador de Diezma, fue secuestrado años después de terminada la guerra por obra y gracia del “maquis”, concretamente a manos de la cuadrilla de los hermanos de apellido Quero. El rescate lo adelantó el abuelo Rojas y consistió en cien mil pesetas de las de entonces, que no eran moco de pavo. Luego me referiré al “paseo” del tío Don Antonio Moreno, notario de Bujalance. Salvajadas de nuestra guerra incivil y puta.

Cuando escribo esto pienso, por un lado, que no tengo noticia de que ningún familiar tuviera problemas con “los nacionales”. Por otro, que mis convicciones antifranquistas y liberales deben ser culturales y racionales, ya que no genéticas o hereditarias. Pero la vida es así. Nunca me gustó la derecha rancia y ultraconservadora, ni sobre todo su obsesión por amasar dinero. Hay personas que se afanan toda su vida por ser los más ricos del cementerio. Tampoco aprecio sus hipócritas convenciones sociales y menos aún el fanatismo religioso que a veces las acompaña. Tales hábitos de clase no siempre eran predicables de una cierta derecha ilustrada y librepensadora, esa burguesía que consideraba de pésima educación hablar de dinero, no sólo en la mesa de comer sino también en las reuniones familiares o sociales. Hoy en día los cachorros del neo-paleocapitalismo no quieren ser cultos, sino ricos. Y ustedes perdonen.

Todas las tardes venían a jugar los primos Rojas Montes. Solita hacía rancho aparte con mi hermana María Angustias. Los demás, chicas y chicos, mayores y menores, jugábamos a un juego apasionante que llamábamos “la lata”, creo que de genuina invención familiar, pues nunca he oído a nadie de fuera del círculo de los iniciados hablar de entretenimiento parecido. Si digo que es una variante del escondite no hago honor al juego granadino y desoriento a quien lo desconozca. Tiene algo de escondite, pero también precisa de rapidez de piernas y de buena vista y oído y además ¡se radia en directo! Muchas tardes felices nos deparó a todos los primos, a quienes se añadían con frecuencia Melchorito, de una casería cercana de al otro lado de la carretera de Jaén, Alfonsito, apodado “el niño de los conejos” quien pasó un verano de labriego a mozo de comedor, y algunos otros chicos mayores que yo. En la casería de “Los Doscientos” no había críos, ni tampoco en la de “Los Arcos”.

Si queríamos baño, las opciones eran una piscina conocida como “La Sartenilla”, casi enfrente del estadio de Los Cármenes del Granada F.C., o bien ir a una alberca con ranas y tritones en la casería de Melchorito o hacernos doce kilómetros en bici hasta la piscina de los ingenieros de la presa del río Cubillas, en donde conocí y traté a los hijos de María Dolores Pradera y Don Fernando Fernán‑Gómez. Fernán‑Gómez es para mí uno de nuestros cómicos más completos de la segunda mitad del siglo XX. Recomiendo la lectura de sus “Memorias del tiempo amarillo”.

Al cerrar la noche, después de “la lata” y la merienda, el chófer de la abuela Emilia se llevaba a los primos y empezaban a llegar otros familiares adultos, a fin de hacer tertulia con mis padres. Antes de contar tales charlas, quiero mencionar un episodio que nunca he entendido. Un anochecer cualquiera, mis primas favoritas Isabelita y Quica Rojas, alegres y simpáticas hasta decir basta, cumplido el rito del juego diario, me invitaron a su casa de la avenida de Andaluces. El plan era cenar y pasar la noche allí. Yo tendría ocho o nueve años y acepté, supongo que con el permiso de alguien, probablemente de la yaya Sagrario. El caso es que, terminada la cena, se presentó el chófer de la abuela a buscarme con la instrucción paterna de devolverme a Los Cipreses. La orden fue acatada y sanseacabó.
Es verdad que la madre de las primas, la tía Sole Montes, y “mon pére” no se caían precisamente bien, posiblemente por ser ambos de aguzado ingenio y mandones. Pero... sigo sin saber qué guerra subterránea llevó a mi padre a perder las formas. Los abuelos maternos vivían aún y, por tanto, no había abierta herencia de por medio, por lo que la mutua ojeriza no podía tener raíces económicas, que luego vendrían, aunque sin pasar a mayores. Supongo que eran rivalidades antiguas, provincianas e irracionales.


( los angelicales hermanos Quero )


11 comentarios:

  1. Cuando he visto en la lista de lectura este post venía dispuesta a deleitarme con tus travesuras y, la verdad sea dicha, a reñirte como mataras más pajaritos. Me encuentro en su lugar con que has hecho aquí varios relatos en uno.

    Por un lado, una de recuerdos infantiles o juveniles, por otro una crítica a las locuras fraticidas de la guerra civil, por el siguiente casi una declaración de principios y luego, como el que no quiere la cosa, vuelves a los recuerdos y aprovechas para meter el dedito en la llaga de una discrepancia familiar.

    Por cierto, vaya cara de "angelitos" que tienen los Quero.

    Besos

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  2. Un placer grato leer tu sexto capítulo Los Cipreses.
    Muy interesante lo que nos cuentas de una época que no he conocido por suerte, ni la guerra ni la posguerra.
    Yo nací con el franquismo duro y puro de la época y después la democracia.
    Mis hijos con la democracia.
    Vamos a por el siguiente capítulo tú a escribir y nosotros tus seguidores a leer tus nuevos episodios.
    Los lugares de los pueblos cercanos a Granada que nombras en tu relato ,algunos los conozco muy bien, yo vivo muy cerca de esos pueblos ,por eso tu relato me parece cercano y real como la vida misma.

    Un abrazo de MA para ti Manuel.

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  3. Está siendo un paseo precioso, gracias.

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  4. ¡Gracias, María! Te nombro exégeta mayor del Reino de mis cuentos y relatos. Así es: la infancia sirve para un roto y para un descosido. Que conste en acta: me he vuelto cuasi-vegetariano ¡por tu culpa!

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  5. MA, deberías escribir tus recuerdos, si prefieres "ficcionados" ¡Anímate!
    Besos del agua del avellano...

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  6. Perdida entre los recuerdos amarillos de tiempo, vivos de puro intensos, me "revuelco" como un cachorrilo en su lecho favorito, mientras anudo tus palabras en el pliegue de mi falda.
    Mi beso extasiado entre momentos de antaños.

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  7. Pues ten cuidado con tanto vegetal no sea tenga que decirte lo que me dice mi marido a mí: "Un día de estos te veo con mixomatosis de tanto comer hierba", jaja.

    Yo, naturalmente, no le hago caso, ¡faltaría más!, aparte de que no soy vegetariana aunque me gusten mucho las verduritas de mi tierra.

    Besos

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  8. María, rosa encendida, ¡qué tendrá que ver el culo con las témporas! Yo soy neo-vegetariano (por culpa tuya) con bula para el jamón de jabugo y los langostinos del Mar Menor ¡tampoco le hurto el cuerpo a una lubina a la sal!
    ¡Hale, a disfrutar de Corpus! Abrazo

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  9. ¡Gracias María la dama de rojo copete!
    ¡y...qué me dices del bies de tu enagua! ¡Soy un mártir nostálgico de mis recuerdos!

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  10. Hay que reafirmarse en los detalles. Te acuerdas hasta de los vecinitos y tó. Pareces recordar hasta lo mínimo. Ay Dios, eso es bueno para escribir y para muchas otras cosas.

    Y bueno, pues el juego de "la lata" es lanzar una lata lejos y uno de todos los que participa, la va a buscar mientras los demás corren a esconderse...¿va por ahí más o menos la cosa? Es que de pequeños los niños aquí, en mi paisito, jugábamos a "la lata", pero no sé si es la misma variante de juego.

    Bien, lo dejo ya aquí, luego de leer un par de blogs más que tengo pendientes, me iré temprano a dormir.

    No me olvidaré de volveré para leer el capítulo que me falta y los que sigas publicando. Pasa buen miércoles.

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!