viernes, 10 de junio de 2011

Los Cipreses (capítulo tercero)



Al llegar los de Madrid, con el servicio que nos acompañaba, se reforzaba el cuerpo de casa con la contratación de alguna moza del pueblo de Maracena para servir la mesa y de señoras lavanderas y planchadoras, también maraceneras, para lavar y planchar la ropa de vestir y de casa. Nueve hermanos, más nuestro primo Pepe Ramos, quien vivía con nosotros por ser huérfano de guerra, requerían mucho asistimiento, en aquellos años sin electrodomésticos ni fibras de Tergal ni Kleenex que llevarse a los mocos.

La tarea no era fácil para los fámulos, porque los niños de entonces, y no sólo las niñas, llevaban blusas de piqué con bodoques y adornos de encaje y calados en la pechera que habían de ser almidonados y encañonados con tenacillas. Es verdad que tales perifollos tenían su límite de edad. A partir de los cinco o seis años, pasábamos a los pantalones y blusas o nikis, calcetines blancos y sandalias o bambas “pirellis”. No se me van de la cabeza los excesivos atavíos de nuestro primo menor, hoy psiquiatra conocido y pío, que terminaban sistemáticamente embarrados después de merendar y jugar. Por cierto que, cuando se trataba de fútbol, siempre le tocaba jugar de portero. Por ser el más canijo y por tuercebotas.

Volviendo a la servidumbre local debo contar el gran disgusto que me causó un incidente con una nativa de nombre Basilisa y de cara morena y pelo rizado a la permanente. El verano siguiente a mi primera comunión desapareció de mi mesilla de noche el típico reloj Longines regalado por mis padrinos. No puedo reconstruir exactamente lo sucedido, pero sí recuerdo como si fuera hoy la irrupción de la Guardia Civil, el ambiente general de desolación y el estremecimiento que sentí cuando se comprobó que mi reloj estaba en el bolso de la asistenta. Se fue aquel mismo día de la casa y mis padres me aseguraron que no mediaría denuncia. Alguien echó la culpa a un mal novio, que andaba en malos pasos.

La casa‑cortijo, rectángulo enorme de muy bellas y simétricas proporciones, se cerraba con dos puertas. La principal daba acceso a la casa de los señores. En el extremo opuesto un portón servía de entrada a la de los guardeses, a los corrales de las aves y conejos, y a los establos de las bestias de labor. En el meridiano del gran recinto rectangular dos patios separaban nuestras dependencias de las dedicadas a graneros para el cereal, así como de un enorme secadero de tabaco y de la propia vivienda de los capataces. Hileras de naranjos, una morera de buen porte guiada de manera que los niños pudiéramos comer a su sombra, y dos grandes tilos, más grandes que los del famoso paseo de Berlín, ornaban el patio importante. Flanqueaban el lado este del patio arcos encalados medianeros con un frontón, que también servía para el fútbol, baloncesto o inclusive ¡el polo en bicicleta! La mía era una especial BH azul. Cuando se me quedó pequeña, se acabó la niñez. No hubieron otras. Ni bicicleta ni niñez.

No quiero cerrar capítulo sin recordar a la tata Mariana, quien había criado a mi señor padre y se instalaba con nosotros en Los Cipreses, ya de muy anciana, para pasar con aquellos largos y cálidos veranos. Había nacido en Huéjar-Sierra y le enseñé como pude las cuatro reglas y a leer y escribir un poquito. Ella me hizo un regalo impagable: me contó cosas de la represión de “los nacionales” sobre “los rojos” perdedores, cosas que no he olvidado nunca.




( ilustraciones de Benjamín Palencia )

10 comentarios:

  1. Voy siguiendo los capítulos, el texto engancha. Es el fluir de la experiencia.
    Salud
    Francesc Cornadó

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  2. ¡Qué preciosa historia!. Una niñez privilegiada la tuya. Me río pensando en los niños con chorreras y las niñas con tres hileras de "nido de abeja", adornados como cajas de bombones, creo que soy cursi porque no me gustan los bebés con vaqueros.
    He sacado mis conclusiones por libre sobre la identidad del psiquiatra y ahora espero ansiosa lo que vino después.
    un abrazo Manuel

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  3. ¡Gracias, maestro y amigo Francesc! Salud y BARÇA...

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  4. ¡Gracias Loli! A mí tampoco me gustan los bebés vestidos de jugadores de basket. Dentro de unos días mi primo presenta su enésimo libro...Abrazo y firmo.

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  5. Hermosa amorosa y cálida historia amigo Manuel, la que he leído en los tres capítulos de :Los Cipreses.

    Te felicito por tus sentidas y vivas letras, escritas con sentimiento de alma y corazón en lo más hondo de tu ser y salen a la luz como luz de bellos recuerdos dorados del ayer.

    Besos granadinos de luz y de color de MA para ti amigo.

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  6. Una evocación gloriosa. Puedo imaginar a la tata Mariana, sentada en su silla de enea a la sombra de la morera, dando cuenta de sus recuerdos a un niño con las rodillas desolladas.

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  7. ¿Quién lo diría de tu primo por parte de madre que fuera el tuercebotas eh?.

    Entrañable historia, me tiene enganchada.

    Besos

    Por cierto, yo les he puesto a mis hijos vaqueros siendo bebés e iban para comérselos ¿será que son guapos?, también es cierto que les vestía, como es lógico, según convinera para la ocasión.

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  8. Es un placer y un privilegio acompañarse en este viaje al pasado, tan pleno de sensaciones y sentimientos.

    Un beso

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  9. Queridas MA, Amaltea, María y Pilar: fugaz historia a la que prestáis vuestro brillo. Así me animo a seguir y os mando mi cariño.
    N.B. Una vez le dije a Mariana: ¡Tantica, qué roja eres!
    N.B. Vaqueros en la cuna,no. Luego, cuando anden tiesos, sí.

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  10. Me gustó especialmente el momento con la tata. Esos momentos tan inolvidables.

    Esta canción es bonita para recordar un momento especial. Es más para alguien que para un momento, abarco las dos cosas por temor a equivocarme, así será como lo prefieras tú, aquí te va:

    http://youtu.be/2HSt7LWsm-A

    Sigo, pues está todo muy interesante.

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!