(ilustración Fdo Vicente)
Ella surgió del agua. Era Venus Afrodita rediviva emergiendo de la enorme bañera del pequeño apartamento de la calle de Goya. La belleza me fue revelada. La vera efigie de la virtud.
Un hidrofoil propulsado por una turbina de amor. Sus ojos, su piel, que era su alma.
Sólo hay una mujer. La de siempre. La que conocí en la bolera americana de los bajos del cine Bilbao. Nunca he visto turbarse su luz suave de mujer serena. Como mil flores de gracia y hermosura ella contiene las diez mil apariencias. La manzana, la flor y la paloma.
De repente, se superpusieron en mi conciencia las dos capas transparentes del tiempo. Por eso yo, siendo entonces más joven que ella, tengo hoy mil años más que la diosa insondable.
Lucía un pequeñito grain de beauté en su omoplato izquierdo. Como una lunilla en agua de seda clara. Soy un hombre iluminado por la luna. Por mis cuatro costados. Al sur, mi origen. Al norte, mi destino. Al este, me inclino. Por el oeste, me escapo.
Y todo su cuerpo de mármol blanco y alabastro duro se perló de perlas blancas, como blanca floración. Cierva blanca, llama blanca, brisa blanca, nube blanca…
Mujer con cabellera de fuego de leña, nalgas de primavera y sexo de gladiolo.
(continúa en el relato de igual título en este mismo blog año 2008:
http://cuentosencarneviva.blogspot.com/2008/01/los-huesitos-de-mis-ronquidos.html)
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