lunes, 4 de julio de 2011

Los cipreses (capítulo octavo)


( mis abuelos maternos en la casería de Los Cipreses )

Comer en casa de los abuelos entrañaba un cierto ritual arábigo‑andaluz, refinado y de enorme variedad. El abuelo, en las comidas y en todo lo demás, hacía vida aparte. Comía, solo, a la una de la tarde. Mantel de hilo y encajes, flores en el centro, lavamanos de plata y cristalería azul de bohemia. Jamón de las Alpujarras cortado con tijera en pequeños dados. Uvas moscatel peladas y sin pepitas. Chanquetes y boqueroncitos de Málaga. Su pescado favorito era la merluza blanca del Mediterráneo, en Granada conocida como “pescá de Almuñecar”. Como no había frigoríficos eléctricos, y hasta que se montó en Maracena una fábrica de hielo en barras, éste se bajaba de los neveros de Sierra Nevada, creo que en serones o espuertas a lomos de mulas. Don Enrique comía poca carne, apenas sí una chuletilla de choto al ajillo, o unos riñoncitos de corderito lechal. También sesos y criadillas rebozadas y fritas. Para postre prefería la fruta de la estación y de sus huertas, aunque también le vi tomar piononos de Santa Fe, o pastelillos llamados “felipes” y unas “bizcotelas”, que se compraban en La Campana o en los López‑Mezquita. Dormía un rato la siesta y se iba a su tertulia, me parece que en el Centro Artístico.

Antes de cenar, si el tiempo y la estación eran propicios, Miguel el chófer le acercaba a Los Cipreses y allí la charla se celebraba bajo una gran higuera, en un paseo de naranjos que estaba orientado a poniente. Charlaban y contemplaban la puesta de sol los notables de Maracena. A uno lo llamaban “El Cachorro”, a otro “Pepico el del Encerraero” y a otro tercero “El Pitute”. Boticario y notario también se asomaban por allá.

Quizás compartió también tertulia con mi abuelo el cura del Cerrillo de Maracena, a quien mi padre años después ayudó a mantener la pequeña iglesia, a la que donó la custodia. Los domingos acudíamos a misa de doce al Cerrillo, que lindaba con nuestra finca, vía del ferrocarril por medio. Una vez me caí por un balate, que es el borde exterior de una acequia y me hice un chichón importante. La tata Mariana decidió poner un duro de plata de los llamados cabezones encima de uno de los raíles del tren. Pasó un tren, el duro se puso al rojo vivo y, envuelto en un pañuelo, me lo apretó contra el chichón. Aseguro que fue mano de santo, pues el bulto de la frente se redujo a la nada.

Los días de domingo, familia y servicio íbamos, en fila de a uno, por las muy estrechas veredas que separaban las hazas de labrantía. Mis padres delante, mamá con velo negro o mantilla y quitasol y detrás todos los hermanos repeinados y endomingados. En la iglesia teníamos reclinatorios reservados, delante del pueblo soberano. Como quiera que estábamos en ayunas para poder comulgar, después de misa nos sentábamos a desayunar en el patio del café Zurita. Tejeringos y café con leche condensada marca “La lechera”, brebaje que llamaban “café a la clema”. Que la leche fuera condensada era, por un lado ineludible, porque no había vacas y, por otro, muy conveniente para no contraer las fiebres de Malta, endémicas en la zona y transmitidas por las cabras que se ordeñaban de puerta en puerta.

Los niños del pueblo llevaban el pelo al rape, y tenían marcas de cicatrices y heridas de peleas a cantazos. El acento maracenero es tan duro que casi nos resultaba imposible entenderlos. Una tarde mi hermana Emilia y yo aparecimos en bicicleta en Maracena, pero no por las veredas que atravesaban la vía del tren y llevaban a El Cerrillo, sino por la carretera de Jaén. Doblando la Curva, con mayúscula, a la izquierda se cogía un camino sin asfaltar que bordeaba una nave de adobe con un gran letrero pintado sobre la cal que rezaba “Fábrica de colas fuertes, gelatinas y pegamentos”. Por cierto que ese remedo de fábrica olía a muerto. Más exactamente, a burro muerto, porque con los huesos de los animales se hacían tales productos. O eso me contaron.

Aquella tarde llegamos a la plaza del pueblo, cerca del café Zurita, y me avergonzaron los zagales. Uno gritó “chacho, dile a tu prima que está más güena que un marrano”. Hoy comprendo que era un piropo, pero yo me sentí mal. En descargo de los críos de Maracena diré que mi hermana iba en pantalón rojo, lo que no se estilaba en la vega de Granada en los años cincuenta. Quiero decir que no se estilaba que las mujeres, cualquiera que fuera su edad, montasen en bicicleta ni mucho menos que usaran pantalones. También es cierto que Granada es conocida en el universo mundo por 
López‑Mezquita y por la mala fondinga de sus gentes. La “tierra del chavico”, decía mi padre. Hubo un tiempo en que, cuando estudié Derecho en la Complutense de Madrid, en ella predominaban los catedráticos granadinos. Supongo que la combinación entre tierra pobre, de mucha altitud media sobre el nivel del mar, poca industria y Universidad con solera histórica, dio lugar a brillantes generaciones de granadinos que coparon mi vieja Facultad de Derecho.


( tata Mariana con Enrique hermano en la cocina de Los Cipreses)

En septiembre, Frasquito el capataz y yo, con mis ocho o nueve años, nos íbamos a las ferias de los pueblos. Llegábamos en tranvía, pues Granada tenía una de las redes de tranvías más larga y densa de Europa. A propósito, mi padre tuvo no sé qué cargo en los Tranvías de Granada, S.A. Conocí bien Atarfe, Peligros, Pinos Puente, Gabia la grande y la chica, Armilla, en cuya base estuvo destinado Antonio Mérida casado con Carmen Ramos, Albolote, Alfacar y su pan blanco, Santa Fe... Para nosotros dos la feria consistía en llegar a media tarde al pueblo que festejaba a su patrono y meternos en el bar en donde Frasquito hubiera quedado citado con sus amigos. A mí me dejaban beber unos culos de cerveza La Alhambra, con aceitunas de tapa. Los hombres hablaban de las cosechas y de sus precios, que interesaban a Frasquito porque era aparcero y no simple asalariado de Los Cipreses. Allí, entre calendarios de la Unión Española de Explosivos y botellas de anís Machaquito, aprendí yo que los labradores siempre se quejan de la poca o mucha cosecha, del agua o de la sequía y, dentro de un orden porque los tiempos no estaban para bromas, de los defectos del Servicio Nacional del Trigo o del Monopolio de Tabacos. Estas últimas quejas porque en la vega de Granada se sembraba tabaco negro. El cereal quedaba para las hazas altas y de peor tierra, a donde no llegaba el riego.

Frasquito tendría entonces cincuenta años, más o menos, porque en el campo no era fácil calcular edades y queda dicho que yo menos de diez. Fuimos amigos y algo cómplices pues no estoy seguro de que en casa supieran exactamente qué consistía en ir de feria. Lo que más gustaba al capataz eran las noches en que mi padre, después de cenar, anunciaba que había serpentón. Es un juego de cartas, con baraja española, que permite jugar a quince o veinte jugadores, pues sólo se reparte una carta por barba. Yo iba a buscar a Frasquito, quien con gran respeto y dignidad se sentaba a jugar a la mesa de los señores. Mi padre sacaba la caja de tabaco, que era de libra traída de Gibraltar y ofrecía al capataz, quien liaba su cigarro con sabiduría y parsimonia. Comenzaba el juego, al que apostábamos dinero cada uno de su paga. A mi padre nunca le pareció reprobable apostar dinero. Antes al contrario, animaba el juego añadiendo propinas a la banca o monte. Algún as de oros, o “huevo frito”, nos proporcionó veinte duros de entonces. Si el afortunado era Frasquito, su tartamudez aumentaba de grado y no era raro que se equivocase llamándome “Choche Mari” en vez de Manuel María.

De entre los hijos de los amos yo era su favorito. Le recuerdo cuando los domingos se aseaba en el patio de su casa, los pies metidos en un barreño de zinc con agua, y su señora afeitándole la barba navaja al sol. Camisa blanca limpia, sin cuello, y sombrero de fieltro para ir a la iglesia. Era un hombre digno.

23 comentarios:

  1. Parece que estás escribiendo tus memorias ¿no?

    Vienes de "alta cuna" y tu letra es entretenida.
    "Las secuencias" van pasando como una película antigua.
    Está muy bien.

    Besos.

    Mercedes

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  2. ¡Gracias Mercedes! Burguesía acomodada, simplemente. Muy poca herencia, salvo la cultural y la educación y buenas maneras, que no es poco.
    Y tu afecto, que correspondo: "noblesse obligue"
    Besos.

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  3. Tejeringos... que recuerdo de niña saltando a lado de su abuela.

    Me encanta el cariño con el que cuentas la historia.

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  4. Creo que si te dejaron una buena herencia de recuerdos y vivencias a parte de la educación amigo
    Sigue quiero saber mas de Frasquito
    Más bestias estos pequeños y suavecitos

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  5. Manuel, no podía perderme esta entrada en la que das a todo lo rimbombante mucha modestia.
    Tengo un dilema porque con el ajuar doméstico de tus abuelos cualquiera te invita a comer, no puedo excederme de un mantel de lagartera y una vajilla "Bidasoa", estás avisado y porque eres tú.
    Por cierto, no sé en Granada pero en Aragón al chichón en la cabeza se le llama cuquera y en algunas zonas gusanera, creo que esta última no aparece en el diccionario pero así decían los de mucha edad.
    Que tengas un buen día.

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  6. Me tienes sencillamente enganchada con lo que yo también llamo tus memorias. Son tantos los recuerdos que me traes a la memoria y las cosas que, salvando distancias entre Granada y Murcia, eran tan similares que, te aseguro, es un gran placer leerte.

    Besos

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  7. Amigo Manuel tus imágenes y relatos capitulo a capitulo en Los Cipreses son muy emotivos ,tiernos recuerdos estampas vivas del ayer de tu ayer, vivos en el hoy gracias a tu estupenda escritura te están quedando borda.

    Son raíces de seres queridos y tierra inolvidables en tus memorias escritas con el corazón y el sentir de tu alma, de toda una vida guardadas en tu corazón con lo bueno y lo malo de los recuerdos vividos en tu vida.Es una forma de estar en paz y agradecido a la vida por lo que te ha dado.

    Besos de MA para ti y mil gracias por tu escritura capitulo a capitulo bien escritos los deberes...son un regalo.

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  8. ¡Gracias Pilar! Todo ha de hacerse con cariño, hasta las ruedas de tejeringos. Besos y recuerdos.

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  9. ¡Gracias 4oañera! Un día dedicaré una entrada específica con las cosas de Frasquito. Besos de gratitud.

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  10. ¡Loli, siempre con tus guasas y chungas! Comería en tu casa aunque fuera con cuchara de palo ¡Te tomo la palabra! Por cierto, aún espero el vino prometido.Me parece que contigo, "mucho perrico pero pan poquico" Besos y millones de gracias.

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  11. Hija, María, ¿qué
    más puede pedir un presunto memorialista? Millones de gracias: Murcia y Granada tienen bastante en común aunque, se come mejor en tu tierra. Besos.

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  12. Querida Ma: tu sensibilidad entiende bien mis letras; tuve una infancia grata y aprendí mucho en ella...¡Gracias, niña "granaína"!

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  13. Afortunada infancia es la que se recuerda, la mía anda agazapada de mi recuerdo mostrándose olvidada. buen texto amigo Manuel María, saludo

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  14. Cálido ritual arábigo - andaluz y una descripción con ramalazos que emocionan.
    Esos momentos del ayer atesorados en la memoria son los que dieron forma a nuestro hoy .
    Siempre me pregunto si sigo siendo "algo" de "aquel entonces".No quiero perder mi esencia.
    "Los cipreses " me remonta a mis vivencias remotas en la casa de mi infancia ;eucaliptus, pinos, nisperales , laurel... y rostros de los seres amados.La memoria empecinada reproduce con absoluta fidelidad episodios alborotados de risas, descubrimientos y asombros jamás borrados.
    No sé si escribiste algún capítulo haciendo referencia a aquel uniforme que tu madre guardaba en el placard.Vale un capítulo.
    Tengo que ler lo atrasado.
    Un abrazo.

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  15. Cálido ritual arábigo - andaluz y una descripción con ramalazos que emocionan.
    Esos momentos del ayer atesorados en la memoria son los que dieron forma a nuestro hoy .
    Siempre me pregunto si sigo siendo "algo" de "aquel entonces".No quiero perder mi esencia.
    "Los cipreses " me remonta a mis vivencias remotas en la casa de mi infancia ;eucaliptus, pinos, nisperales , laurel... y rostros de los seres amados.La memoria empecinada reproduce con absoluta fidelidad episodios alborotados de risas, descubrimientos y asombros jamás borrados.
    No sé si escribiste algún capítulo haciendo referencia a aquel uniforme que tu madre guardaba en el placard.Vale un capítulo.
    Tengo que leer lo atrasado.
    Un abrazo.

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  16. ¡Bienvenido Ramón María! Llevas los nombres propios de Valle-Inclán...el hombre es el niño que lleva dentro.
    Abrazos

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  17. ¡Gracias Carmela! En los cipreses había hermosos ejemplares de nisperales, que nosotros llamábamos simplemente "nísperos", como a su fruto...
    El uniforme de boda de mi padre apareció, a su muerte, en la casa de Madrid...
    Abrazos de gratitud y afecto.

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  18. Que deleite leerte .Saboreo las palabras como si estuviera en tu tiempo del momento ...de tus recuerdos:)

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  19. Recorro la memoria de tu niñez y la leo en fotografías de tonos sepias, de poses para el fotógrafo familiar, de aventuras impagables a la sombra alargada de los cipreses...
    y, me haces sentir tremendamente bien.
    Gracias por recordar tanto detalle entrañable y por dejar escapar tu invitable saber estar.
    Mi beso y mi cariño, niño Manuel.

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  20. Me besa la niña María y yo beso su mejilla...

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  21. Lo del chichón, sorprendente.

    Me encanta cómo hablas de Frasquito...sí que eras su favorito!!Hablas con un cariño de él que veo brillar esa letras al leerlas; las otras también, pero las referentes a ese hombre digno llegan porque llegan a esa parte sensible que saca una sonrisa tierna con toda la parte, pero especialmente con la parte de "Choche Mari"...

    Un abrazo.

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  22. ¡Gracias Andri! Ayer se fue,mañana no ha llegado,hoy se está yendo (Quevedo)

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  23. ¡Me parece que dejé perdido mi agradecimiento a mi querida MUCHA de la Torre! Pero no te olvido, niña de Miami. Abrazos.

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Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!