jueves, 8 de septiembre de 2011

Madrid en gris (tercer capítulo)


(portal de la casa que me vió nacer)

Hoy ha muerto el pez más grande y viejo de mi acuario y ello me lleva a recordar mi primer intento de tener uno. En el Madrid de mi niñez no era fácil encontrar los elementos que conforman un espa­cio autosuficiente como es un acuario. No había tiendas dedica­das a ello puesto que el nivel de vida no lo permitía. Tracé un plan con Avelino el fumista, cuyo taller lindaba con el portal de Claudio Coello 38, según se mira de frente, a mano derecha. A mano izquierda había una panadería regentada por la “señá” Casilda.
Avelino, con gran cariño y mimo, me hizo un acuario con cristales embutidos en armazón de hierro. Intenté criar peces de agua fría al no haber en mi ciudad peces tropicales, de más fácil reproducción en cautividad. Conseguí unos ciprinos dorados y unas algas de las que flotaban en el estanque del Retiro y también arena de río de una obra del barrio que tenía un cartel que decía “Hay arena de miga”. Con todo ello organicé lo que debería haber sido un perfecto y viable espacio biológico.


El desastre acaeció por varias causas. La primera, porque Avelino había ensamblado los cristales con masilla de la que se utilizaba para sellar ventanas, tóxica para peces y otros seres vivos. También influyó no contar con una pequeña bomba de oxígeno, por no hablar de filtros para el agua y de otros elementos más sofistica­dos. Total, que fueron muriendo aquellos animalicos, a pesar de que diariamente les cambiaba el agua. Aquí interviene el cloro como otro factor más de la tragedia ecológica. Y eso que en aque­llos años el agua del barrio del Salamanca era del río Lozoya y aún no se mezclaba, como se hizo más tarde, con la del Canal de Isabel II.Llegado aquí me pregunto para qué diantres escribo. Releo en Kafka que un libro debe ser como hacha que rompe el mar de hielo que recubre nuestro corazón. Supongo que se refiere al corazón del lector… ¿qué pasa con el del escribidor?Si indago el motivo de contar mi infancia, viene en mi ayuda Rilke en sus “Cartas a un joven poeta”: "... y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría te­niendo siempre en su infancia esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí su atención..."



(adivinen ustedes quién soy yo...)


Releo lo escrito sobre mis largos años en el colegio, y medito sobre el carácter selectivo de los recuerdos. Me resulta difícil encontrar recuerdos felices o gratos del colegio y ello sin dejar de reconocer que, en aquellos años de opresión y de nacionalca­tolicismo, aquel colegio de curas marianistas tenía, probablemente, mayor tolerancia y libertad que otros centros en que la burguesía madrileña criaba a sus alevines. En El Pilar “sólo” era obligatoria la misa un día a la semana, domingos y festivos aparte. Las clases de religión no eran apabullantes y tampoco las presiones en materia de confesión y de comunión. Tomo una cita de Eduardo Haro Tecglen, que en paz descanse, a quien he leído con gusto y de quien siempre aprendía algo: François Villon en ¡1431! escribió “Tant aime‑ton Dieu, qu’on fuit l’Église”. Hoy hubiera escrito “... qu’on fuit les Églises”.También es verdad que yo era buen alumno y que mi natural sen­tido pragmático, hoy deteriorado por mi deriva más radical, me hacía navegar mecido por la corriente, evitando plantear problemas de calado. Pero el último re­ducto de mi pensar era mío. Inescrutable. “El pensamiento no delinque”, sobre todo si no se formula, añado yo.


Durante los larguísimos años de cárcel colegial no padecí ni fui testigo de esa lacra llamada pederastia. No hace tanto tiempo un ex compañero de clase me dijo que él sí había sufrido abusos en nuestro colegio.El colegio de la calle Castelló nº 56 tenía poco espacio para jugar y para el deporte. El recreo lo pasábamos encajonados en los patios de esas inmen­sas moles neogóticas que fueron originalmente construídas para albergar doncellas de familias venidas a menos. Cuando éramos algo más mayorcitos nos cruzaban, en fila de a dos, a la otra acera de Castelló para jugar en el “solar”. El solar era eso, un solar propiedad de los marianis­tas, situado enfrente del “cole”.


Aquel terreno de juego era un pequeño y alargado campo de minifútbol. Divertimento aña­dido era la natural inclinación del terreno en sentido de norte a sur. Quiere decirse que el juego del fútbol era muy distinto en el primero o en el segundo tiempo, se­gún hubiera correspondido el sorteo. En un caso jugabas cuesta arriba y en otro a favor de una pendiente muy pendiente. En el extremo sur del solar estaban los urinarios, pegados a un taller de meta­lurgia establecido en el mismo edificio en que se ubicaban que los Laboratorios TEBIB, edi­ficio que hoy reformado por obra y gracia de Construcciones San Martín. En el norte de aquel solar había un cobertizo con columnas que servía, mal que bien, para jugar al frontón. El solar fue vendido por los marianistas para viviendas de nueva planta. Cero en conducta y cero en aplicación para los curas.

19 comentarios:

  1. Estoy con Rilke, siempre nos quedará la niñez para perdernos en ella, y quizás recuperar algunos recuerdos de esos que no salen a flote a la primera.

    Me encanta perderme en tu memoria, sea o no selectiva.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. El primero de la derecha de los que hay de pie (derecha según ves la foto).

    Lo siento por tu pez, yo, como soy tan malisima le ayudé al último pez a "suicidarse" porque era un borde y culpable de la muerte de los demás.

    Yo no sé por qué lo haces tú, pero yo, cuando escribo de mi niñez es porque, de pronto, me asaltan recuerdos entrañables y me decido a compartirlos o, incluso, el ver alguna foto me ha impulsado a ello; de hecho, sólo he puesto fotos mías cuando he escrito de ello.

    Besos

    ResponderEliminar
  3. Hola Manuel, lo mejor que guardamos, cuando crecemos hacia el camino de la madurez en nuestro corazón, es la niñez.
    La infancia feliz nunca se olvida.
    Florece en nuestro interior como agua de mayo.

    Un placer leer tu nuevo capitulo "Madrid en gris".

    Un abrazo grande para ti.

    ResponderEliminar
  4. No dejes de ser nunca un escribidor.
    Gracias amigo.

    ResponderEliminar
  5. Agradeço sua visita e comentário.
    Vivi em Verona por uma temporada e sou apaixonada pela Italia.
    É com muita satisfação que estou seguindo seus blogs, todos me encantam.
    Um abraço

    ResponderEliminar
  6. Guauuu!!!Abro el blog y me encuentro con el tercer capítulo de estas memorias...y con el placer de saber que, en distintos tiempos y lugares, las "Cartas a un joven poeta" ofician de lazo entre muchos lectores de Rilke.Miré la foto e intenté averiguar cuál eras...¿te lo digo?¿aún a riesgo de equivocarme? Ok, ahí va...Mirando la foto enfrente a mí, ¿podrías ser el primero paradito de la derecha?...Me gustaron tus recuerdos...tan distintos y tan similares a mi infancia y adolescencia en el Normal Nº 1 de mi amada Rosario.Un beso, querido amigo

    ResponderEliminar
  7. Me gusta muchísimo leer estas experiencias escolares, fueron años de colegios represores, de severidad nacional-católica y de opresión.
    Siendo coetáneo, afortunado de mí, viví un espacio de libertad pero siempre me sentí completamente solidario con aquellas penalidades ideológicas.

    Salud
    Francesc Cornadó

    ResponderEliminar
  8. ¡Gracias,querida Pilar! La infancia es mi patria y el niño,el padre del hombre.
    Abrazos y recuerdos

    ResponderEliminar
  9. María: ¡Bingo! Ese niño, soy yo, más yo que el hombre que hoy escribe sobre su infancia...Que eres requetemalísima ya me lo maliciaba yo, pero, ¡matar animalicos vivos está muuuy feo!
    ¡La magdalena de Proust! Cualquier sentimiento, olor, sabor, tacto...puede ser detonante de la escritura sobre la niñez.
    Besos, chatita.

    ResponderEliminar
  10. ¡Gracias MA! Sí, de una infancia grata uno no se recupera nunca...Millones de besos para tí, con cariño verdadero.

    ResponderEliminar
  11. ¡Gracias Remei! Me preocupa un poco llegar a ser reiterativo...¡no sé, no sé! Abrazos

    ResponderEliminar
  12. marina.bk. ¡Bienvenida a mis blogs! Me gustó mucho conocer tus cuadernos "italianos" Eres muy amable.
    Abrazos

    ResponderEliminar
  13. Haydée Norma Podestá:
    Te saludo y me inclino ante tu amable perspicacia:
    Sí, ese niño que juega al fútbol ¡con corbata! soy yo. Entiendo muy bien lo de tus recuerdos, distintos pero semejantes...¡Así es la niñez universal en nuestros países desarrollados! Estremece pensar en los niños del Tercer Mundo ¡Ay dolor!
    Te abrazo con mi cariño

    ResponderEliminar
  14. Amigo Francesc Cornadó, ¡feliz tú que fuiste siempre un alma libre! Yo supe bandearme y sobrenadar entre lo oscuro...¡Aquí estoy para contarlo!
    Salud

    ResponderEliminar
  15. Seguramente habrá excepciones, pero yo pienso que la niñez es la parte más feliz e importante de nuestra vida.

    Me ha gustado mucho este capítulo con la tragedia de los peces y la pendiente del campo de fútbol.

    Un abrazo

    Conshy

    ResponderEliminar
  16. Sin apenas empezar a leer he visto la foto y he dicho... caray.... si es un niño del Pilar.
    Allá por finales de los sesenta, primeros de los setenta jugaba a ser una joven profe de inglés de un colegio bien cercano: Los Escolapios. Beso.

    ResponderEliminar
  17. Los recuerdos de la infancia nos hace acercarnos mas a aquel niño que un dia tuvimos que enterrar por la propia imposiciòn de la sociedad....
    Relatas de maravilla....me quedarè por tus blogs para conocerte mejor..

    un saludo

    fus

    ResponderEliminar
  18. ¡Bienvenido y mil gracias,amigo FUS! La infancia es mi patria (sin mayúsculas. Cuanto más viejo, más radical;cuanto más radical, más libre...Abrazos en el cabreo.

    ResponderEliminar
  19. Las infancias felices producen adultos con más recuerdos a contar y no encerrar en cajones oscuros
    Otra caricia y aún me quedan más

    ResponderEliminar

Pienso que l@s comentarist@s preferirán que corresponda a su gentileza dejando yo, a mi vez, huella escrita en sus blogs, antes bien que contestar en mi propio cuaderno. ¡A mandar!