( del álbum familiar )
Pienso si no es justamente eso lo que estoy haciendo en los últimos tiempos al escribir cuentos de infancia y de niñez. La nostalgia, la añoranza, y la melancolía del ayer, unidos a la lluvia gélida que no ceja de caer sobre un amor reciente y doliente, hacen que vuelva y vuelva hacia amarillos tiempos perdidos. En radio hispana FM, emisora hecha por y para inmigrantes de origen sudamericano, suena un bolero que dice “no me duele lo que perdí, sino lo que perderé”. ¡Qué jodido optimismo!
Hace un tiempo mi hermano mayor ingresó, malamente enfermo, en el hospital de la Princesa de Madrid. En aquellas jornadas de preocupación y de familia he reflexionado, cosa que no había hecho nunca por ignorancia, sobre el funcionamiento de las clínicas de la Seguridad Social en este país de mis pecados. Mi juicio global de esta experiencia familiar con feliz final es favorable. A pesar de sus muchas imperfecciones, el sistema sanitario público funciona. Sorprendentemente, añadiría.
La circunstancia de que en una misma habitación convivan durante días enfermos de distinto origen y costumbres es enormemente compleja y aleccionadora. Los primeros días de estancia mi hermano tuvo como compañero de habitación a un hombre de cincuenta y tantos años con problemas cardíacos. Este buen hombre, de apariencia gitana, había recibido un trasplante de médula espinal quince años atrás. Su mujer, gorda oronda y sonriente, alimentaba al enfermo con callos a la madrileña para almorzar y con fabada asturiana para cenar, acompañados en ambos casos de oloroso chorizo.
Anteayer fue ingresado, en la misma habitación que mi hermano, un rumano que enseguida me contó que había trabajado de conductor de autobús en Bucarest. Sufría un infarto de corazón y el hombre me pidió ayuda para que la enfermera entendiera que necesitaba algún analgésico para calmar el dolor de sus rodillas, dañadas por la postura y el frío de su viejo oficio en su viejo país. No supe averiguar a qué se dedica en Madrid. Le acompañan su mujer y sus hijos. Son personas educadas y afables. Supongo que pensarán que España tiene una sanidad pública ejemplar.
Hoy escribo al filo de medianoche, después de un día agotador. Mi hermano primogénito está mucho mejor y quiero ahora rememorar cosas sueltas, que quizás tengan después hilazón con el relato. O no, vaya usted a saber.
Atrás hablé de la cultura radiofónica que se escuchaba por los patios de mi hogar de Claudio Coello. He oído o imaginado una frase preciosa: “Viejas radios rezongan canciones”. Así lo recuerdo ahora.
Y ahora quiero recordar las tiendas favoritas de mi madre, todas ellas situadas siempre en el barrio, en nuestro barrio; Zorrilla, Zornoza, Fémina, ellas tres en la calle de Serrano. La Lencería Ideal estaba en Hermosilla nº 12. Las señoras de aquel entonces eran atendidas sentadas en cómodas sillas situadas detrás del mostrador, puesto que ir de compras era significaba “echar la tarde”. A mamá le gustaba la tienda Mily o Milly, que no estoy seguro, también en Serrano. Su iglesia favorita era la del Cristo de la Salud de la calle de Ayala, cerca de Embassy. No iba, por contra, a la parroqia de los Carmelitas, también en Ayala pero más allá del cruce con Velázquez.
Cuando tocaba dentista nos llevaba al doctor Codina, en Castellana núm. 12, hombre sabio con espejuelos sobre la nariz que preparaba los empastes para nuestras caries infantiles en un mortero en el que molía una amalgama con plata y mercurio y otros metales pesados y tóxicos. Afortunadamente, en mi caso, debían de tratarse de muelas de leche, porque no me queda ni rastro de tal práctica odontológica. Después del sillón del dentista era rito la merienda en Yago, donde yo pedía invariablemente un sandwich de jamón y queso, un batido de fresa y unas tortitas con nata y caramelo. En Castellana 12 vivía fa familia Wais y Piñeyro, rubios y de ojos claros.
Echo de menos a personajes como Vicente, el barman de la Yago, pequeña y esmerada cafetería que estaba en Goya, al otro lado del portal de la farmacia Bagazgoitia. O como los hermanos Pedro y Jesús, colchoneros, cuyos descendientes aún regentan igual comercio en el mismo local y con el mismo nombre. Partidas de póquer interesantes jugué, ya universitario, en la trastienda de la colchonería. Tampoco olvido otros lugares, en este caso fuera del barrio, como la Sastrería Espada en la calle Caballero de Gracia, donde Don Lucas, el sastre, nos cosía trajes desde pequeños, bien cortados y con buenos tejidos. En la misma calle de Caballero de Gracia, muy cerquita de la avenida de José Antonio, estaba la Casa del Niño, especializada en ropa de niñas, adonde acudían mis hermanas. No sé si me confundo con otro comercio que se llamaba El Bebé Inglés, pienso que no. De mayores, las chicas de mi familia se vestían en Cebra.
Se me escapaba una entrañable tienda en Serrano, donde hoy florecen los comercios más lujosos de Madrid, en competencia con los de la calle Lista. Me refiero a Gallinópolis, granja que vendía polluelos de gallina. Era precioso ver los criaderos de piantes pollitos, con sus lámparas rojas que les daban calor. Ni que decir tiene que los hermanos nunca conseguimos llevar a Claudio Coello 38 un pollito. Ya sabéis, queridas lectoras, lo de “mi familia y otros animales”. Los Torres Rojas no admiten en sus casas animales que les hagan la competencia.
Vuelve a mí la carencia y querencia de la yaya. Sagrario Ramírez Ramos estaba en Claudio Coello antes que yo llegara al mundo. Su presencia estoica de mujer entera llenó mi niñez. La yaya nos cuidaba con cariño y rigor, fruto de una reciedumbre de espíritu más que de ningún estudio, que no tenía. A veces intentaba leernos noticias del periódico, supongo que del YA, el diario de la Editorial Católica al que estaba suscrito mi padre. El Marca se compraba en el quiosco y por la noche se subía el Informaciones, diario de la tarde. Pero la única suscripción fija era al YA. Nunca el ABC. La yaya empezó un día la dificultosa lectura de la noticia de un crimen, sílaba a sílaba, moviendo mucho los labios para pronunciar: “embarcó en Ávila...”. Yo caí en la cuenta de que en Ávila no hay mar ni barcos, y que las metáforas no pegan en la sección de sucesos de un periódico. Debía tratarse de un pueblo, el conocido como Barco de Ávila. Así lo comprobé y así lo fue.
No hay manera, ni humana ni divina, de agradecer a la yaya lo que hizo por todos nosotros, hermanos y madre y incluída. Su Emiliano, primer y único novio que tuvo, era miliciano y huyó por Perpiñán a Francia en el éxodo masivo que provocó la victoria del ejército nacional. Sagrario, a veces, lloraba en silencio. No volvió a mirar a ningún otro hombre pues siempre le guardó ausencia. Su fidelidad al novio republicano, a mi madre y a Claudio Coello 38, donde murió, fue sencillamente estremecedora y su recuerdo imborrable. Alguien dijo que “hay olvidos que queman y recuerdos que engrandecen”.
Manuel, ya sabes que me encanta sumergirme de tu mano en este río de recuerdos en sepia, quizás porque al pasado rememorado se le han ido cayendo las angustias e incluso el dolor se recubre de una pátina de calidez.
ResponderEliminarMe alegra saber que tu hermano está mejor, y sí, nuestra sanidad es un valor que deberíamos proteger de la avaricia de los de siempre, porque mejorable como todo, no establece diferencias en la atención y sí, funciona.
Un abrazo
Emocionante. Las lealtades, como la de tu yaya, otorgan una dimensión épica al cariño, que desconcierta todavía más cuando de por medio no hay lazos de sangre. Qué gran mujer os crió y cuánta melancolía respira tu relato.
ResponderEliminarPodemos criticar nuestra sanidad -todo es mejorable- pero lo cierto es que el personal sanitario es extraordinario y, salvo excepciones, intentan hacer su trabajo lo mejor que saben y pueden.
Arrincona esa tristeza, que los amores son como las estaciones de tren, hay que estar atento para elegir el que nos ha de llevar a nuestro destino; a ti te pasa que siempre te confunden los letreros luminosos y acabas sentado en un tren que te deja en mitad del campo.
Amigo Manuel interesante y emotivo tu relato del Madrid de ahora y del Madrid del ayer de tu ayer.
ResponderEliminarCapitulo octavo de Madrid en gris, escrito con tinta y sangre del corazón pleno de recuerdos hermosos despiertos y guardados en tu alma de niño y de hombre.
··.Me gusta la frase que has escrito de alguien en este capitulo "Hay olvidos que queman y recueros que engrandecen".
Buena noticia es que tu hermano mayor este mejor de salud.
Un abrazo fraternal de MA para ti con mucha salud.
No sabía lo de tu hermano, Manuel María; he pedido por la salud de nuestros enfermos, aunque ya estén bien, que sigan mejor.Me gustan tus recuerdos porque tienen el sabor de mi propia infancia.Mi dentista, con el mismo olor que el tuyo, se llamaba Brailovsky; nuestro almacenero, cruzando apenas las vías del tren era Armando y de compras íbamos al centro (yo vivo en un barrio que originariamente fue pueblo aledaño)a la tienda "La Favorita" para después tomar el té o un helado en la Granja Royal. También al centro íbamos al mercado central y a visitar a mi abuela paterna y a mis tíos de ambas familias.Y me hiciste acordar de Ana, que era una española que cuidaba a mi abuela y con la que corríamos a jugar mientras los mayores conversaban en la sala. Tengo inédito un libro de relatos de mi niñez, "La casa grande", guardado por algún rincón de la biblioteca...creo que va a ser tiempo de rescatarlo. Muchas gracias por los recuerdos; añoranzas que me vienen a la mente de la mano de las tuyas, también al filo de la medianoche.¡¡Qué bueno fue conocerte Manuel María!!Me voy a dormir...la seguidilla de días en el Sanatorio y el mayor tiempo de cuidado de Ana Clara, me tienen con el ¡ay!en la boca por quejas de mi columna.Un abrazo muy cálido en la distancia...Y si no podés responderme siempre, no te preocupés...mandame buenas ondas mentales cuando leás mis comentarios...tenélo por seguro de que las voy a sentir.Haydée
ResponderEliminar...Debo levantarme hoy...recoger cada migaja tirada sin compasión...
ResponderEliminarAmigo como es que tantas vivencias siguen tan nuevas en nuestro existir, es inmensamente hermoso...
un saludo Jayja
Otros relatos, otras vivencias que nos demuestran sin duda de donde heredamos los de la isla...leyendote me parece que vivo nuestras historias de familia, de barrio, de abuelas , de mujeres grandes.
ResponderEliminarQue tu hermano mejore.
Saludos,